viernes, 1 de mayo de 2009

Palabras para las palabras

Sigo en recuperación. Y pienso. Pienso que he sido un tonto. No recuerdo desde cuándo he tenido esta idea absurda de que sólo las palabras tienen que ser fortalecidas en mi camino, que ese es el sendero único de mi destino: hacer de la palabra un mejor servir al género humano, algo más pertinente, más preciso, más resuelto, más determinado. Pensé que podía colaborar en su perfeccionamiento, pensé que las palabras así lo querían, que su posibilidad no lo negaba, sino que lo solicitaba. Creí en un error, he luchado por una falsa formulación, pero no he luchado en vano. Ahora entiendo a los viejos lingüistas, filólogos, matemáticos, filósofos y psicólogos que buscaban perfeccionar la lengua. Leí cientos de veces que fracasaron en sus propósitos pero no escuchaba al fondo que habla a través del silencio, a ese viejo espíritu atado innecesariamente a la palabra. Creía torpe que antes que ente, era hombre, le había dado razón a los existencialistas y a los hermeneutas, a los egos circulares, no comprendía que no partía de su supuesto del sujeto cognoscente que se sabe conciente, un intentum y nada más. No, somos momentos de algo mayor, precedente, trascendente. No buscaré más intimismos que quiebren el silencio por necesidad. El mundo de la verdad no está en la enunciación, tampoco en la experiencia normal, está en la unidad última inconfirmable e inhumana, en lo divino puro. El tigre de fuego impreso en mi corazón me muestra el camino de mi finitud insaciable y me revela que las palabras no son el punto de partida, que la razón no puede, bajo ninguna circunstancia, engendrar la espontánea transmutación, el estado básico del asombro, de la separación, del distanciamiento, de la expulsión. No es la razón ni la palabra la que juega, crea y establece las casuales condiciones de participación de los infinitos en la existencia. El logos no es el principio, eso es lo que no había entendido; es un don, una condición más, una tradición; no el principio de todo, sino la eterna afirmación de que uno hombre, mortal y usuario de la lengua, puede prever y olvidar, que conocerá y afirmará siempre sin conocer ni afirmar. Tender hacia lo vacío cuando lo vacío está bastante lleno, ese es el principal error; pensar que hay carencia, que debemos movernos, que no hay suficiente tiempo, que en nosotros está el potencial de determinar las condiciones de participación de los diversos infinitos. Abran pues más cosmos hermanos humanos y noten cómo se quedan más solos (inaccesibles).

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