jueves, 15 de noviembre de 2007

Religando

Quiero contarles una anécdota que aconsejo se escuche con el pensamiento dubitativo propio de los ignorantes que, sabiéndose tales, quieren serlo un poco menos.

No hace mucho en el desenvolvimiento del Universo me topé con una prohibición insólita: “no intervenir aquí”. Durante semanas traté de encontrar las palabras más adecuadas para atrapar y ofrecer lo increíble que percibí en la expresión. No lo logré. Pensé que la respuesta a mis inquietudes la hallaría en los textos, mas entendí, desilusionado después de leer toda clase de ignorancias, que encontraría lo que buscaba antes en mi interior que en los libros de los grandes figurones de la historia. Así, me arrojé al abismo que soy, aquel trozo de existencia del que no se sabe ningún fundamento. Consecuentemente, sufrí una prolongada caída compuesta de incontables e inmemorables sueños. Recuerdo que cuando me llegó la vigilia, el aire –o el tiempo quizá– había enrarecido; muchas de las cosas conocidas eran diferentes, más bien, no eran las mismas, sin embargo en algo las iba reconociendo. No había acabado de reparar en las cosas cuando sentí que respiraba con pesadez y mis extremidades no respondían con tino. Antes de la onírica precipitación era un torpe, pero después de ella, era el más inútil entre los inútiles. Hubo manotazos y tropiezos aquí y allá; recuerdo terrible: el miedo aparecía siempre antes que yo llegara a cada esquina, me ayudaba según a prevenir vicisitudes, pero de ningún modo la mayoría de ellas. Pasado algún tiempo, del que no tengo precisado los segundos, tuvo lugar un evento último, insondable: una especie de asimilación. Era un don, la inseguridad en mí se niveló. Los movimientos de mi cuerpo se tornaron más uniformes, ya no había necesidad de quebrantar mi figura a la hora de realizar cualquier acción; mis pedazos o lumbreras dejaron de gotear como lo hacían y poco a poco fui tomando una postura más o menos fija, movida sobre todo por mi voluntad. Dejaba con todo esto de parecerme a los hombres hechos de tierra, barro, yeso o maíz. Me sentí capaz de volver a brincar los charcos o de buscar ranas escondidas en el zacate.

No podría contarles ahora este cuento si no hubiera tenido la memoria para recordar que había llegado allí buscando algo. “¿Es este el fondo del abismo al que me abalancé?” –me pregunté. Y la pregunta lo arruinó todo. Al darme cuenta de mí, noté que había dejado de estar en aquel lugar “donde todo está lleno de algo”. La conciencia de que había recibido algo, un auténtico presente, y la claridad de aquella especie que trajo en mí renovación y mejora se perdió por atreverme (hybris) a preguntar por el fondo de lo sin fondo (Abgrund). Por motivo de mi autoconciencia, de saberme requiriendo algo, me alejé del estado de gracia, y la experiencia de la recepción de la purísima bondad del único varón y dueño de ella (dominus) perdió toda su claridad en mí. Así concluye la historia que me pasó. Sin ninguna determinación más que la congruencia les digo: “este lugar en el que estamos es, amigos, el sendero hacia la religación”. Como ven, soy el responsable (zodpovednosť) de haber dejado atrás lo más precioso de todo, no tenía otra opción. Dispénsenme.

Hasta el día de hoy no puedo anotar todavía las partículas odiosas en mi cabeza que me hacen ver la susodicha prohibición tan loca, tan terrible, tan llena de algo ajeno que desprecia desde un desconocimiento imposible de extirpar. ¿Qué puedo decir ante eso? Ni hablar.

15 de noviembre de 2007