sábado, 30 de mayo de 2009

Dos preguntas especiales

¿Cómo es ese caudal, esa inmensa realidad preteórica, semejante a cualquiera de las cosas y a ninguna, tan aludida como indeterminación y evocación de los milenios?

¿Qué es esa magnífica complejidad que posibilita el momento en el que algo determinado, por ejemplo, un yo-mente, pueda ser olvidado sin ningún pesar y que del mismo modo permite el momento del desolvido, trayendo a cuento sin más espíritu, forma, persona o cosa?

miércoles, 20 de mayo de 2009

Desde la trinchera

¡Salud! ¡Brindo por ti y por tus sueños en colores pastel!

viernes, 15 de mayo de 2009

Molestia tonta

Finalmente lo lograron, los más aptos se confiaron. El servicio de correo electrónico de Gmail que me tenía tan satisfecho desde hace unos cuatro años ha terminado por desesperarme: en uno de cada dos accesos no puedo leer ninguno de mis mensajes, tampoco me deja administrar nada. El otro correo, el clásico del Messenger, sigue siendo fiel a la utilidad más inmediata que es leer mensajes... Mugroso Hotmail, cómo es posible que desplace de mi vida lo que es, a todas luces, mejor que él.

jueves, 14 de mayo de 2009

El Ser es...

Cuando se dice, se lee, se escribe, "el Ser es" parece que se habla de una cosa muy rara. A más de uno le he visto cara de extrañeza al tratar de entender esto. En parte porque Heidegger tiene razón al señalar que en esta forma sustantivizamos una función copulativa. Por cosas muy básicas de la lengua, verbos transitivos, intransitivos y copulativos, "ser" es un verbo de este tercer grupo. Sustantivizarlo, elevarlo (o degradarlo) a la categoría nominal genera alguna confusión en aquellos que, con razón, no ven una fórmula bien formoda en "el Ser es". Para empezar, ¿por qué la mayúscula inicial? No es una jalada alemana que adoptemos para el español, como podría sugerir enterarse que los sustantivos en aquella lengua se escriben gramaticalmente con mayúscula inicial; es medieval, y por ser antigua se respeta. Sí, se escribe la S grande como signo de pretensión, es una evocación de lo eterno, de la verdad profunda (Verdad), de la realidad de las cosas del mundo. Aunque el Ser aparezca de muchas formas como la nada no es menos cierto que el intento originario, su razón de ser, es decir cómo son las cosas en realidad; decir cómo es cualquiera de ellas o cómo son todas ellas, y es que por ser algo, las cosas ya tienen cierta lógica, cierta estructura. Que el Ser es es la primera gran historia de la metafísica. Es una historia en torno a lo ente y lo trascendente. Es una historia sobre la pregunta por el principio de las cosas. También es una historia sobre la cárcel del alma, que no es el cuerpo, y tampoco del alma, sino sobre el decir de la subjetividad.

No sé, de pronto no sé, si todavía se piensa (sí, impersonalmente) que el Ser es. Pero puedo aventurarme a decir qué se quiso decir con "el Ser es". Básicamente, que una cosa es una cosa. Es decir que una barba es una barba, como una silla es una silla; que un hombre es un hombre y una mujer una mujer; que el niño es niño, la ropa ropa, la célula célula, el cáncer cáncer, la carencia carencia, la justicia justicia, la muerte muerte y así con lo que siga. Todo el mundo es perfectamene coherente cuando las cosas son lo que son. Pero, terrible verdad, ¡oh ingenuidad!, la mentira, la falsedad, el equívoco también son en el mundo. El pensar positivo de la realidad suele olvidarse que el mundo está conformado de alteridades personales, que las cosas no son solamente lo que son, sino que también son lo que nos dicen que son. Ojalá sólo se tratara de lo que las cosas son y lo que se dicen que las cosas son. Pero no hay un subsuelo paralelo análogo a esta tensión entre el yo y los otros, es más complejo dado que los desdoblamientos permiten conformar al yo como rigurosa alteridad. La prisión de la subjetividad consiste en el poder ser inconsistente, en ser algo y no serlo. Como hablar lo infinito, lo eterno, lo absoluto, lo incondicionado es sólo una evocación y no una aprehensión el hombre no es libre de ser (decirse) perfectamente consistente.

Nada de esto nos salva por obligación del Ser, justo como una segunda prisión no nos libera necesariamente de una primera. No hay ruptura, siempre hay modernidad. Este tiempo real, este presente y actualidad que no se iguala al pasado ni al futuro, porque algo se desconoce, se mantiene inconexo, y porque algo no es como aparenta ser. Todo aparenta gratuitamente, justo como todo es gratuitamente -ninguna casualidad al ser ambos copulativos-, pero no se conoce gratuitamente, no se sabe sin transpiración, sin dolorosa, angustiosa, argumentación. Práctica cruel y verdad de perogrullo afirmar criterios para negarle a otro el privilegio (el placer y el poder) de saber. Y no sorprende que el hombre le mienta al hombre. Maldita la historia. Condenadas las personas.

Aquí hay circunscritas suficientes razones para hablar pertinentemente de un sendero (precedente, trascendente, mitológico) a la divinidad, quizá sea teologalidad.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Forma de día

Tengo un tipo de sueño recurrente. Es muy básico. Los sentimientos más dominantes son el de frustración y el del estrés. Hay un encuentro de varias personas, todas socializan, pero no todas con todas. De alguna forma estoy presente, ya sea como persona, animal o espíritu, sólo que no traigo el humor o la actitud adecuados para tratar a uno o algunos de los asistentes, asistente o asistentes a los que sí que me interesa tratar, y mucho. Durante toda la reunión voy haciendo inferencias, o al menos hay indicios, de que no puedo aproximarme directamente, así que tengo que ir pasando por una larga escalera de invitados antes de que pueda tener esta conversación de importancia. Hay un momento en el que no hay más escalones, sólo tengo que dar unos cuantos pasos en el camino restante y despejado; no quedan interrupciones, sólo falta la reafirmación de mi decisión. Sin embargo, algo me detiene un segundo, un instante de duda, y el camino que falta deja de ser estrecho, y entonces entiendo qué está pasando y me apresuro a llegar a mi destino, voy corriendo, en verdad me esfuerzo, pero recuerdo y desespero. Aquí, siempre aquí, es cuando algo me despierta, lo que sea, cuando el día llega y mi sueño se va dejándome como todos los días, sin respuesta. Más de una ocasión he querido insertarme de nuevo en esa reunión onírica y buscar esa intersección que tanto me falta. Mientras lo intento, mi caja de problemas tiembla un rato, me deja mudo y entonces acepto estar despierto. Me levanto, enciendo mis hábitos, si tengo algún café viejo y frío lo tomo, salgo del cuarto, visito el baño, el estudio, el agua, la tensión. Ordeno entre el desorden, la basura, se despliega mi desaliñada forma, se ilumina el día completo, programado, otra vez, sin motivo aparente, pura sucesión de lo que tiene que ser aunque no lo quiera. Me encuentro de nuevo pensando en el problema en turno, y también pensando en el problema permanente y en el tenue tejido que me tiene apegado al mundo. Me reconozco atado a esto como si fuera un reflejo de cuanto tiene que ser. ¿El día entero?, justo como mi sueño.

sábado, 9 de mayo de 2009

Desconexiones

En las últimas semanas he visto en algunas series de televisión que se repiten frases del tipo "x is overrated", cuando enuncian esta fórmula suelen disminuir el valor del amor, del talento, del dinero, de la fe, de la vida, etcétera, desdeñan nociones que se contemplan normalmente como importantes. No sé si se trata de una costumbre muy habitual entre los gringos o en el mundo anglosajón, de pronto sospecho que es una maña de los ya fatigados guionistas que no tienen ideas interesantes y entonces hacen personajes o diálogos estridentes que al menos parecen venir de una personalidad auténtica y dueña de sí. Quien diga esto, aparenta estar diciendo, en el caso del amor, "hey, yo no soy esclavo del amor, y tampoco lo deberías ser tú, por eso te lo digo, que está sobrevalorado, que la gente se engaña al tomarlo tanto en cuenta". Entraña una actitud de ligereza, de libertad y autonomía y probablemente de nihilismo. Estos valores son de los más exquisitos de la civilización occidental, y conforman actitudes a desmontar cuando se observa la necesidad formal de que existan al menos dos unidades intencionales opuestas para el desenvolvimiento de una configuración humana elemental.

Si pensamos que todo lo que el hombre hace lo hace en compañía de los demás; que el uno siempre implica a los siguientes números; que el Ser es relación (luego trino o cuasi trino), entonces, el lugar común, el tópico conocido, el punto de encuentro, es la unidad básica de la existencia humana. Pero si la unidad básica de la existencia humana es así, entonces se requiere solucionar un profundo problema nacido de la subjetividad que pretende conocer, o sea, garantizarse su porvenir, dado que tiene esta impronta de cuidar de sí. Es un problema de seguridad y proyección. Como el hombre quiere conocer cosas firmes, para así tomar las mejores decisiones a su disposición conciente, busca los elementos de la realidad que sean verdaderos e indudables. En la búsqueda de cada uno por el conocimiento, se hallarán diversos obstáculos, algunos solucionables y otros... quizá por ser solucionables o tal vez, y esto es determinante, imposibles de superar. Cuando se alcanza la certeza de la imposibilidad, entonces es cuando hay que revisar qué es eso que se propone como tal, porque ante lo imposible de resolver, no hay problema, hay marcha atrás o sabia aceptación. Ahora bien, hay muchas historias en torno a la subjetividad que busca su conocimiento, y muchas proposiciones de verdad derivadas de esta búsqueda. Cada historia, en tanto narración, encierra su propia validez y verosimilitud, según sean las circunstancias tendrán mayor o menor pertinencia en cada uno, y podrán ser adoptadas o no, y adaptadas o no. Y resulta que hay varias tesis que niegan la posibilidad de ese lugar común con la que cuentan dos intencionalidades distintas. Aquí generalizo y admito la posibilidad de excepciones, pero corrientes como las inmanentistas o las lógico matemáticas no proponen más verdad que la del pensamiento solo o la de la consistencia respectivamente. Verdades como éstas hacen difícil de alcanzar con rigor la verdad del lugar común. Convendrá analizar estas tesis con mayor detenimiento, pero usaré otro tiempo para eso, aún no estoy preparado.

Sólo voy a puntualizar una oposición en la que creo vale la pena reflexionar. Los saberes originados de las certidumbres como la conciencia y las derivaciones de los sistema definidos son excelentes para subvertir el mundo con una profunda participación de la voluntad. Las artes, las técnicas y las ciencias se ven impulsadas por estos paradigmas de certidumbre, según estos saberes el mundo se construye de seres identificados. Mientras tanto, los saberes derivados de la percipiencia (una sensibilidad inteligente, sensatez) son excelentes para habitar el mundo con una profunda participación de las diferencias propias y del mundo. La moral, la tradición y la política simple (convivencia) son las que mejor se impulsan por este paradigma que construye un mundo conformado de seres reales.

viernes, 1 de mayo de 2009

Del saber y de la alteración de las formas intelectuales concretas

La sabiduría tiene un camino habitual que consiste en hacer desaparecer el impulso de la necedad mental. La necedad aquí se concibe como un obstáculo para la aprehensión de la profundidad de la totalidad o de la realidad a secas. La búsqueda de la sabiduría tiene sus peculiaridades. Pretende por un lado adquirir cierta semejanza con lo que podemos llamar simplemente divino y por el otro obtener un entendimiento que, a manera de plexo, soporte un criterio para el punto de partida del presente en el cual todo hombre conoce la realidad de los misterios. Es sensato comprender que son pretenciones esporádicas, atípicas, que no siempre terminan de urdirse dentro de la cotidianidad viviente humana, que no germinan del todo en formaciones ya definidas y conocidas por el impersonal de la moda, el gobierno, la industria y otras tantas casas de conceptos.

El mundo está lleno de eventos que se comparten, que se padecen en compañía de personas que acaso son queridas o de gente que acaso reclama apersonarse. No todos los eventos son compartidos en un sentido amplio pero todos los eventos son compartidos en un sentido reducido, aunque primigenio. La dimensión fundamental del discurso es la menos importante de todos los niveles discursivos para la mayoría de las personas. Aunque en ésta se puede justificar la irreconciliación (posibilidad latente y dañina en una relación entre dos o más que se miran como otros), normalmente son los concilios los que más llaman nuestra atención y consumen nuestro tiempo y aspiraciones, que no son sino esas formaciones que poseen cierta resistencia y que son el sustrato de múltiples pensamientos (y no olvidemos que todos los pensamientos son verdaderos) y que han llegado a funcionar en una situación interpersonal que les da cierto grado de justificación primaria. La centralidad de los concilios para la conciencia del individuo se debe a que los concilios no son una posibilidad dañina (el daño es una puerta al principio del dolor), es una posibilidad que se presupone verosímil, aceptada, parte del mundo; implica un compuesto de elementos dados para generar estructuras de pensamiento que permite ulteriores usos y vivencias intensionales con los otros.

La mayoría de las personas atiende a los prejuicios y a los objetos del mundo dado ya naturalizado, y su poder (por medio de la razón monológico-geométrica) tiene los suficientes alcances para hacer que los marginados grupos atentos a los niveles de más elevada universalidad-abstracción pero de más inferior particularidad-concretud vean mermada su potencia de existencia (una libertad). Tan sólo hablar de las mayorías y ceder terreno a la razón geométrica es una consideración (un acto libre) manifiesta a los individuos que no están interesados en el discurso fundamental y una reducción de las posibilidades de los individuos que sí lo están, pero al menos estos últimos pueden llegar a saber tarde o temprano por qué lo hacen, porque viven y comparten una muy singular negación de sí, y entonces pueden entender que sacrifican con verdadera dignidad.

Dicho lo cual, vamos a no hablar de los principios y a sí hablar de las cosas más claras y naturalizadas. Dos puntos:

Primero, que uno de los eventos de nuestro presente es que estamos dentro de una circunstancia con determinables características a la que podemos denominar era informática digital. Se trata de una era virtualmente inagotable de producción y reproducción de datos. Lo cual implica en términos prácticos que no es posible controlar en un sentido clásico la creación ni la transmisión de datos digitales que reproducen, a través de determinadas terminales, fenómenos visuales o auditivos. Esto es un cambio importante en la condición material de las formas intelectuales objeto (es decir, cosas concretas de algún carácter intelectual, ideal, razonado o imaginado) dentro de la vida de los hombres. Desde hace solamente unos veinte años se ha ido volviendo común, mejor dicho, cotidiano, copiar información digital (datos conectados de modo numérico aritmético).

Ya antes el hombre copiaba datos, los más antiguos escribas intentaron por ejemplo copiar las palabras o la vida de su rey, los copistas y traductores en cambio quisieron copiar lo que otrora fuera copia del verbo, el mundo moderno imprimió libros con tinta, tipos y grandes máquinas. Se quería copiar no sólo la oralidad, también el color, vemos que las pinturas rupestres implicaron un esfuerzo por conseguir determinados materiales. Igual se quizo copiar la comida, primero tal vez con el cultivo, después no sólo eso, sino la cocina, y salieron las recetas. Me aventuro a pensar que nada que hubiese sido llamado del mismo modo que otra cosa podría haber sido nombrado sin intelecto ni discriminación. Ciencia y filosofía nacieron tratando de procurar la copia, la repetición, del mundo que se desea (o se imagina): el estado de antigua naturalidad de saciedad.

Y claro, como los esquemas siempre tienden a multiplicarse (como los textos a alargarse cuando no hay tiempo para la buena edición), el mundo podría ser dividido en dos grandes valores: lo que el hombre oye (audio) y lo que el hombre ve (video). Valores que, definitivamente, hemos querido como especie copiar, porque satisfacen. Para copiar el sonido, los ingenieros humanos idearon sistemas de esparcimiento de ondas que podían más tarde recapturar modulándolas en aparatos concretos que repetían (copiaban) finalmente el sonido. Sistemas diferentes pero igualmente comunes fueron los del teléfono, el gramófono o fonógrafo. Más complejo pero posible y también hecho de todos los días fue reproducir la imagen: el cine y la televisión tuvieron lugar. Pero ninguna de estas técnicas tenía la potencia del dato digital sobre la materialidad, potencia que se hizo notoria tan pronto como los procesadores de magnitudes discretas o dígitos comenzaron a ganar velocidad y capacidad de almacenamiento. La velocidad hizo que las máquinas se insertaran con mayor profundidad en nuestras vidas, mientras que la capacidad se utilizó para engendrar procesos más complejos que nos requieren siempre mayor potencia, mayor velocidad, siempre más, y nos empuja hacía la figura fantástica (y ahora bastante real) del ciborg, en donde la máquina y el hombre forman un mismo ser y usar o no la máquina ya no es una opción humana.

En cuanto a capacidad se refiere, podemos superar en producción de texto escrito todo lo que la historia ha almacenado para nosotros en libros sin preocuparnos por el costo de producción ni por la materia prima, excepto por el tiempo que nos tomaría elaborar esa cantidad de datos. Un policarbonato de pocos cm de diámetro marcado con la tecnología Blue-ray puede almacenar lo equivalente a un departamento de libros; es decir que en una caja de huevos puedo llevar lo equivalente a 2k hogares modestos repletos de libros. Las computadoras personales ya logran procesar terabytes de información, cuando con unos cuantos gigas es factible reproducir satisfactoriamente el movimiento natural de un bosque caducifolio entero en otoño, o tener todas las películas de un director famoso de cine en buena calidad. Las comunidades de Internet como Facebook requieren servidores tan potentes y procesos tan eficientes que necesitan calcular sus operaciones en varios petabytes. Esta condición material no tiene precedentes, y subraya nuestra atención más que nada en el tiempo, podría decirse que el concepto clave básico del espacio queda reducido a capacidad en bytes.

Los procesos complejos en aumento siempre estarán siendo frenados por el avance tecnológico, pero los usuarios ya disponemos de más capacidad de la que podemos aprovechar inteligentemente. Por eso, aunque la producción sea virtualmente infinita gracias a que podemos guardar, copiar, repetir a un costo muy bajo de energía lo que hacemos, la gran mayoría de lo que ofrecemos en complicidad por el medio informático contemporáneo es basura, un desperdicio según algunos observadores enamorados de la época tradicional no informática. Así, vemos divertimentos, producciones de baja calidad, textos que no citan, que mienten, que plagian, que ya ni buscan persuadir. Y con todo, hay textos exquisitos, que ilustran, que ayudan, que comparten, incluso algunos que uno necesita.

Lo mejor de todo es que la relación entre los datos que ofrece la condición informática y el usuario no tiene que ser, por necesidad, de autoría, mucho menos de consumidor-vendedor. Uno accede por diversos motivos, por placer, por obligación, por trabajo, por extorsión, por morbo, por aprendizaje, por la familia, por la enfermedad, por amor al arte, o al dinero, no importa. Las cosas están dadas y pueden ser compartidas digitalmente. Los dígitos no sólo ayudan a confirmar que la Naturaleza está escrita en caracteres matemáticos, también ayudan a reproducir copias fieles, a transferir esquemas claros y distintos.

La segunda cosa que quería señalar es la relación que tiene el hecho de que vivimos en la era digital con el hecho de que vivimos en la era de los sueños de gente que hace mucho que ha muerto. La era de los sueños de los fallecidos es básicamente la condición antropológica de la tradición. Y nuestra tradición de occidente está cargada económica, política y socialmente con el valor de la propiedad, y sea correcto o no, atribuimos propiedad a la inteligencia puesta (o robada) en las cosas. La relación de los usuarios con la Internet, como medio masivo de transmisión y copia de datos, no es algo que deba tomarse a la ligera por la tradición de las patentes y los derechos de autor.

Es un hecho fundamental el que la Internet permita compartir. La generalidad de las personas, al negar el entendimiento profundo de la realidad como un interés primario de su febril vida, está mostrando nuestra propensión natural o típica en la especie para compatir, nuestra necesidad de conciliar con otro que hay, efectivamente, un determinado estado de cosas y que con ese estado o configuración hay que jugar en lo sucesivo.

La propiedad de nuestra tradición se vigoriza, según entiende mi ignorante cabeza, con el movimiento moderno que John Locke representa muy bien al hablar del derecho natural de la propiedad, lo que es decir, en un modo más próximo a nuestros días, que por definición o, a priori, el hombre es dueño de algo, y ese dominio que tenemos sobre algo, debe ser respetado y protegido. Claro, ya en nuestro tiempo el respeto es lo de menos, lo que importa es pagarle al que tiene el derecho de propiedad cuando las reglas así lo señalen.

Por razones que otros pueden exponer mucho mejor que yo, me tiene preocupado el que los derechos intelectuales no se modifiquen actualmente, al parecer, hacia su disolución total o casi total. Me atemoriza el profundo ego que además fortalece esta tendencia proteccionista del derecho por el amor a los autores, a la vanagloria, al éxito. Pocos o nadie desea que todo andar triunfante se reduzca a las obras prácticas y no a las intelectuales. Por eso ya se ve venir que los libros tradicionales mueran (la publicación de calidad, llena de alta cultura y selección) pero no que muera la idea del libro, se seguirá publicando su forma impresa, y seguirá siendo un negocio, uno más satisfactorio para la economía en turno.

No entiendo, si somos libres de reproducir sonido e imagen a niveles incalculados, por qué las formas intelectuales objeto permanecen bajo la custodia del mercado y la sanción. Podríamos compartir tantas cosas si nadie se sintiera dueño de ellas. Claro, esto nos lleva a discutir otros aspectos, pero dudo que tengan una solución práctica, ese campo se encuentra plagado de fugas y de poca conciliación, pese a que se fundamenta en puros concilios de grado natural normal.
Palabras para las palabras

Sigo en recuperación. Y pienso. Pienso que he sido un tonto. No recuerdo desde cuándo he tenido esta idea absurda de que sólo las palabras tienen que ser fortalecidas en mi camino, que ese es el sendero único de mi destino: hacer de la palabra un mejor servir al género humano, algo más pertinente, más preciso, más resuelto, más determinado. Pensé que podía colaborar en su perfeccionamiento, pensé que las palabras así lo querían, que su posibilidad no lo negaba, sino que lo solicitaba. Creí en un error, he luchado por una falsa formulación, pero no he luchado en vano. Ahora entiendo a los viejos lingüistas, filólogos, matemáticos, filósofos y psicólogos que buscaban perfeccionar la lengua. Leí cientos de veces que fracasaron en sus propósitos pero no escuchaba al fondo que habla a través del silencio, a ese viejo espíritu atado innecesariamente a la palabra. Creía torpe que antes que ente, era hombre, le había dado razón a los existencialistas y a los hermeneutas, a los egos circulares, no comprendía que no partía de su supuesto del sujeto cognoscente que se sabe conciente, un intentum y nada más. No, somos momentos de algo mayor, precedente, trascendente. No buscaré más intimismos que quiebren el silencio por necesidad. El mundo de la verdad no está en la enunciación, tampoco en la experiencia normal, está en la unidad última inconfirmable e inhumana, en lo divino puro. El tigre de fuego impreso en mi corazón me muestra el camino de mi finitud insaciable y me revela que las palabras no son el punto de partida, que la razón no puede, bajo ninguna circunstancia, engendrar la espontánea transmutación, el estado básico del asombro, de la separación, del distanciamiento, de la expulsión. No es la razón ni la palabra la que juega, crea y establece las casuales condiciones de participación de los infinitos en la existencia. El logos no es el principio, eso es lo que no había entendido; es un don, una condición más, una tradición; no el principio de todo, sino la eterna afirmación de que uno hombre, mortal y usuario de la lengua, puede prever y olvidar, que conocerá y afirmará siempre sin conocer ni afirmar. Tender hacia lo vacío cuando lo vacío está bastante lleno, ese es el principal error; pensar que hay carencia, que debemos movernos, que no hay suficiente tiempo, que en nosotros está el potencial de determinar las condiciones de participación de los diversos infinitos. Abran pues más cosmos hermanos humanos y noten cómo se quedan más solos (inaccesibles).