martes, 27 de abril de 2010

Maestro Magón
Imaginaos la tierra sin montañas, el mar sin olas, el cielo sin estrellas, la flor sin colores. Imaginaos a todas las aves vistiendo el mismo plumaje, a todos los insectos ostentando la misma forma y color. Imaginaos las llanadas sin un repliegue, sin un accidente ni ...un árbol, ni un yerbajo nada que trunque la monotonía del paisaje. Nada que rompa la uniformidad del cuadro ni un arroyo que murmure, ni un pájaro que cante, ni una brisa que recuerde que hay movimiento, que hay acción. Imaginaos por último a la humanidad, sin pasiones, teniendo todos los mismos gustos, pensando todos del mismo modo, y decid si no será preferible morir de una vez a sufrir la prolongada agonía, que no otra cosa sería el vivir en tales condiciones. El orden, la uniformidad, la simetría parecen más bien cosas de la muerte. La vida es desorden, es lucha, es crítica, es desacuerdo, es hervidero de pasiones. De ese caos sale la belleza de esa confusión sale la ciencia de la crítica, del desorden del hervidero de pasiones surgen radiantes como ascuas, pero grandes como soles, la verdad y la libertad. Ricardo Flores Magón

Maestro Magón, una monedita tuya, conmemorativa de la Revolución, busco para mi bolsita de fetiches, para que esté junto al hijo de puta pero valeroso de Villa, jinete de las 30-30, y al penny prensado pero de la suerte, y al yen mísero con el que ganaré una casa, y a alguna de las ruedas eslovacas, coronas que les llaman, tal vez porque aquellos abandonaron la edad de piedra y se entregaron al señor feudal. Esclavo, maniaco, depravado o cabrón, algún espacio debe quedar para ubicar ahí tus cinco pesos, con los que podría tener garantía de acceso a cualquier servicio básico de la calle (no de la vida, para esos menesteres una sola moneda no basta). Pienso sin embargo que ese acto sería triste, meterte con todos esos metales, sería una falta al orden establecido de la circulación de los dineros. Esta circulación ideal se ve constantemente amenazada por delirantes que, como yo, acumulan masas de dineros y bienes, y los hacen fluir en sofisticados circuitos cerrados y privados. Los que así obramos envenenamos con nuestro caos y falta de inteligencia la antigua propuesta de organización humana. No mi maestro Magón, tú debes ser libre y no participar de esta corrupción, si no tu cuerpo mortal, que polvo ya es o está siendo, sí que tu imagen en la moneda debe hacer lo correcto, debe mantenerse fuera y usarse, para que algún día se gaste y ya nadie pueda distinguir si el que está en la rueda de dos colores eres tú o el general Heriberto Jara.

Tengo una duda, maestro Magón, las pasiones y los accidentes son de los hombres, ¿verdad? Así debe ser la angustia, su excelente sentimiento de recogimiento. Es muy creíble que un mundo perfecto a nuestros ojos humanos no sea sino una prolongada agonía. Pero es así porque a la luz de la mirada humana, que está hinchada de pasiones, la libertad y el poder son elementos no negociables que nada debe poner en entredicho. Todo hijo de hombre desea tomar posesión de lo que es de su padre. Este es nuestro mito de la generación, el de las sucesiones y nacimientos. Creemos en él y lo repetimos porque sabemos, en la profundidad de nuestros corazones dogmáticos y delatores, que los recursos no son ilimitados, que mientras alguien logra algo, otro tiene que perder, porque estamos próximos a ser de los despojados y porque tenemos otros mitos que refuerzan esta idea, como aquél maravilloso que habla sobre nuestra debilidad, acerca de nuestro ser inermes. Todo esto compromete nuestra libertad y nuestro destino, luego, aviva las pasiones, atiza el amor que sentimos por lo que deseamos, nuestro miedo por no lograr nuestros propósitos y nuestra ira cuando creemos que es la mayor fuente de poder. Cuando nos hemos empoderado de estas condiciones de juego violentas es cuando rechazamos un mundo perfecto, cuando pierde Platón y la ética socrática y un mundo liso resulta asfixiante, y una vida sin desperfectos se vuelve prolongada agonía. Sepamos que esta agonía no es otra que ¡la de no poder quitarle a otro lo que tiene de suyo!