domingo, 7 de febrero de 2010

Despedir al loco

Un día, lo juro, mi locura será tal, que no podré volver al mundo de los vivos.

No se haya el núcleo del asunto en la irracionalidad atribuida a unos antes que a otros, sino en la posesión del poder concentrado en cierto grupúsculo de sueños, cultos y divinidades. Control adquirido por medio del secuestro de la verdad sobre el mundo, de acuerdo con la delimitación de "todos los modos posibles de la verdad" (o con la conformidad que constituye).

Pensemos. ¿Por qué sería locura dormir entre los vivos y no así despertarse? Si los locos son unos liberados, su muerte no es sino la maduración de su malestar psíquico. Porque madurar es volver a nacer, pasar del estado dependiente al autónomo, dentro del marco de una cultura humana determinada que guarda celosa en conjunto y síntesis los rasgos de una formación deseable; mientras que morir, por otra parte, implica dejar las ficciones del mundo, lo cual lleva a recuperar la forma verdadera de toda criatura: deja pues la aparente naturaleza orgánica e inteligente dada en frecuentes reagrupamientos y movilidades y comienza a dar de sí para ser perfectamente tomada según la armonía cósmica tan encendida en la imagen y en la imaginación.

Cierto día escuché de un diablo que la locura racional extirpa al poseído del mundo durante un momento imposible de cronometrar. Le pregunté a aquella fuerza abismal si ese viaje era de vivos, y en su silencio monstruoso capté los mil testimonios de la muerte, divino anhelo de los que viven si negar al poder de la realidad, que cantaban: «"loco" "obligado", "no" "acallarás" "las" "razones" "abrazando" "la" "verdad" "mientras" "los" "vivos" "te" "retengan"».