martes, 17 de julio de 2012

Paciencia fulgente

Llegaste mal: justo como si violaras con conocimiento de causa las formas prohibidas, entraste por la línea de fuego y saltaste incendiaria sobre las plantas de cientos de días de labor de jardinería. No está bien contar con esos modos tus primeros días de narración. Pero bueno, ya estás aquí, y danzas la difícil canción de la inseguridad. Afuera hay guerra, el enemigo es legendario y tú vienes a comenzar otro episodio de tradición corriente. Nos medimos. Tomaste la variante líquida, la de la esperanza simple o muerta acompañada de acciones complejas y racionales, aunque lo tuyo en realidad es la tierra en su aspecto de la inteligencia. Andas pues a contrapelo y no obstante, colocas semillas durante el sueños siguiendo todos los códigos de la moderación y el respeto de las tierras altas. Camino en silencio los trazos oníricos que dejas y medito sobre cómo podré hacerte contrapeso en la danza diurna, en la que seguro retomarás las iniciativas transgresoras, como es típico de las tiras del Mar del Doble Sur.
El largo ritual de la vida unida continúa. En un acto de medición de fuerzas, me permito omitir más de dos mil noches de justo descanso para proseguir la contemplación de nuestro cortejo mortal. Me corresponde neutralizar tu nerviosismo y elijo la magia ofidia de la sublevación erótica. Agredo con premeditación, busco un punto blando de irrigación, y en tu devaneo simple, de pronto, un escollo, el mayor: el fuego. De nuevo  irrumpe esa luz poderosa, destructiva, vacía de futuro. Contrario a mi expectativa, según tus reglas se juega a acelerar el fin de la vida. No deja de asombrarme que algunos, no satisfechos con las limitaciones del circo, traigan al centro el fuego que consume el tiempo y el espacio de todo espectáculo posible. Entendido que desatar los diversos y caudalosos torrentes de potencia no son siempre la prioridad, modifico mi estrategia y acudo a la magia pecunaria. Invoco otros signos de valor y tergiverso las determinaciones. Me esfuerzo en la sincronización: mi rol es proyectarme y el tuyo introyectarte. Ya que la duda fuera de la esperanza simple de la liquidez es parte de tu percepción, cedes mi adversario con facilidad tus territorios superficiales, pero sabes bien que el acceso a los planos superiores promete ser una tarea más ardua. Qué terrible es tu modelo, porque el fuego sigue ahí, y la destrucción de ambos antes de que termine la jornada parece una posibilidad progresivamente más real. La corona deposita sus dientes en mis órganos del temor. Los tuyos son gordos y soportan el peso. Los míos se colapsan. Pero el fuego quema también tus núcleos y los pilares de tu acción se quiebran. Porque te elevo mientras tú me condenas, y porque mi virtud de moneda fue atinada, me voy posicionando campeón de este círculo de poder de una vida más que crece y se apaga.
Entonces viene el otoño, la media luz vespertina, y tu vejez es notoria antes que la mía. De tus pliegues emergen nuevas virtudes, las de la prudencia y bondad inusitadas: los códigos mágicos que nunca pueden usarse con fuego. Miras atenta a mis pensamientos, ya puesta a punto con tu naturaleza más exacta, con toda la ayuda de las estrellas, y habiendo consumido gran parte del futuro nocturno. Gran inteligencia la tuya en el combate, que no me permitiste ya vivir mi vejez, justo como dicta la estrategia arcana del asesino paulatino. La Iglesia de la Prudencia no maneja secretos como los que reconozco en ti, sólo un impío de  una especie análoga a la propia puede elegir danzas tan macabras. Recuerdo tu primera historia, que apareciste dislocada, que sencillamente llegaste mal cuando no era probable, para nadie, llegar mal. Pienso en las flores calcinadas, tan potentemente sembradas que ningún accidente las devastaría hasta los sueños. Entonces te recuerdo, como igual, siguiendo las figuras prohibidas, reencarnando las sombras de la época pretérita. Como otro navegante del código de la refundación, decido danzar tomando las decisiones contrarias. Me someto a tu voluntad, y ruego porque no uses tu depravada fuerza para trozarme en tus manos. Y así, prudente, vetado el fuego de tu poder, y habiéndote entregado voluntariamente el objeto de tu táctica de avanzada, finalmente, te sorprendo. Y tu mirada se pausa. Y tu mente recuerda también.
Así son las fundaciones, las épocas míticas olvidadas.
Tú lloras, yo canto. Otra vez somos lo mismo.