sábado, 24 de octubre de 2009

Hémonos aquí

El gran dragón fue expulsado con sus ángeles al infierno: la tierra, única realidad que era centro de atención de los cielos perpetuos. El caido, vanidoso desde su diseño, nunca se ocultó de la vista de los hombres, ha estado y sigue entre nosotros, ahí donde encontramos lo cotidiano y lo íntimo, ahí donde elegimos y erramos. Mientras el Alto no pierde ocasión de escucharnos, él, ente maldito, no para de murmurarnos.

En verdad, se entiende que a veces uno no quiera un hombro reconfortante que escuche y abrace, sino un artífice, un Dédalo o un Ulises, con una magnífica idea, una llena de posibilidad, de promesa de transformación y alcance. La primera ley de la serpiente se entiende muy fácil: Todo siervo puede aspirar a ser amo. Verbigracia usted, que puede optar por no someterse a la red rizomática de estas palabras.

2 comentarios:

Enrique dijo...

Confróntese con Salmos 73, sobre el destino de los malos. Si falta sabiduría para responder al estar en donde se está, quizá haya que prestar mayor atención a la recapacitación, a la introspección o a la renovación de racionalizaciones. En ese capítulo se expresa, a medias pero brevemente, un bello perdón en los versículos 21 y 22:
Se llenó de amargura mi alma,
Y mi corazón sentía pulzadas.
Tan torpe era yo, que no entendía;
Era como una bestia delante de ti."

Enrique dijo...

Tal vez convenga recordar la voz de Fedro. No hay nada peor que quedarle mal al ser amado.