Realidad, esencia, fundamento: la constitución de la trascendentalidad en la filosofía
La trascendentalidad en la filosofía se consolida propiamente hasta la época moderna y clásica para nuestro tiempo en el momento en que el pensamiento filosófico está listo para dar el giro kantiano que traerá a la discusión, clara y metódicamente, nociones de suma importancia para la actividad filosófica presente, a saber, las ideas de condiciones de posibilidad, apercepción, apriori, juicio, imperativo entre otras. La precisión kantiana entre aquello trascendente y lo trascendental será indispensable para la nueva epistemología. Plantear el problema del saber desde los límites del conocimiento y la afirmación de un campo de saber determinado desde ciertas condiciones de posibilidad proyectará un cambio de actitud en la filosofía que no vamos a indagar aquí. Lo que nos interesa es mostrar qué rasgos de la trascendentalidad encontramos en la filosofía griega antigua y en la filosofía moderna que hayan conformado el ámbito de la trascendentalidad como un tópico por antonomasia de la filosofía. Naturalmente, como en toda descripción histórica estudiantil, el breve esbozo resultante tendrá un carácter ficticio, una narración, no más pero tampoco menos, del origen de la nucleidad filosófica.
¿Qué es la realidad? La esencia. ¿Qué es la esencia? El fundamento. ¿Qué es el fundamento? La realidad. Al menos así nos parece en la antigüedad. Hoy esto es bastante más discutible. El libre tránsito de las ideas y de las consecuentes oposiciones no sería por sí mismo un problema, mas en tiempos en que no se sabe discutir o se discute sin compenetrarse, en donde habitualmente no se escucha y no hay por tanto conformidad que no sea monológica, estas respuestas exigen aclaración. La Modernidad ha contrapuesto cada uno de estos elementos primigenios, realidad, esencia y fundamento, con el límite de la nada, y parece que la única salida deseable después de esa exposición es declarar la trascendentalidad de cierto entramado conceptual potente, erótico, persistente, vital.
Comencemos por aclarar que la filosofía griega no tenía la noción que nosotros tenemos de realidad, ellos no se veían compelidos por su historia a oponerla en ningún caso al mundo humano, ni siquiera al ser o a la representación lingüística que nos hacemos de cuanto es real. El griego atendía en cambio a lo que estuviese dentro de su visión de las cosas, al menos no en un primer momento en que el objeto invisible no había sido formulado ni integrado dentro de las cosas que son posibles. Sólo percibían lo que podían racionalmente nombrar: lo que es; eso que hoy entendemos mejor como lo que está siendo. Por eso los griegos al preguntarse por el saber buscaban el saber de algo físico, que desde luego está ahí y ya. Y si algo tenía fascinados a los filósofos de entonces es que lo que es está pasando, lo que es decir, en un modo más sencillo para la razón natural de cierto lenguaje, que lo que es cambia. Y es el cambio lo que tenía que ser explicado. Y explicarlo implicaba desarrollar distintas preguntas. La pregunta de los jónicos iba tras el principio material de todas las cosas que se engendran en el mundo. Empédocles no contento con la explicación de los elementos constitutivos de la realidad, trató de explicar qué mecanismo o motor mantenía a las cosas que son en permanente transformación. El oscuro Heráclito asumió que el cambio de lo que acontece era tal que no podía ser explicado por la razón, pero a la vez comprendía que la razón tenía una capacidad de profundizar imposible de agotar por completo y que era capaz de unificar a los hombres. Quizá estuvo próximo a entender la virtualidad del espíritu humano, pero lo que nos importa dejar en claro es que contribuyó a pensar que lo que es está también allende la razón, y que la razón misma puede dar cuenta de esto, porque ella es, por sí sola, algo dentro de todo lo que es.
Pero la historia de la metafísica occidental no comienza concluyentemente sino hasta que llegamos al poema de Parménides, en donde se describe a lo que es como una identidad, una identidad que vendría a formar parte del carácter racional del hombre, en donde no todas las cosas son posibles a la luz de la razón y se representa por tanto una superación de los dominios fabulosos y misteriosos de la ignorancia, el mito y el asombro. Si la filosofía es estrictamente metafísica, es la iniciada lógica de la identidad derivada del ser parmenídeo el comienzo de la filosofía de la trascendentalidad. Sólo la delimitación de lo imposible permite respondernos la pregunta metacognitiva en donde la cuestión no es saber algo determinado, como un dato, sino saber que se sabe verdaderamente. ¿Qué es lo imposible que se deriva de la identidad? El principio de no contradicción. La predicación “el ser es y el no-ser no es” hace de este principio un principio de imposibilidad, porque no es posible que una cosa sea lo que no es. No es ésta una ley voluntariosa, sino una ley de la razón, independiente de cualquier alma en el sentido que está en todas y no necesita de ninguna en particular para ser reconocida, por lo que queda, finalmente, constituida como ley. La imposibilidad de la contradicción, en su universalidad y necesidad, fue garantía de univocidad y acuerdo en toda investigación, y el ser y el pensar fueron equipotentes, o lo mismo según algunos.
La lógica de la identidad inicia un sendero de legitimación y conflicto. Mientras duró el mundo griego se articularon poderosos sistemas filosóficos, el atomismo, el platonismo y el aristotelismo. Ahí la esencia y el fundamento último adquirieron una caracterización más o menos clara que ha persistido a lo largo de la historia. Pero en el mundo posterior, luego de Pablo de Tarso, surgió el horizonte de la nada, una consecuencia obligada por el surgimiento de la historia sagrada y el destino único de la totalidad de los hombres con alma que reafirmaban la estructura lógica, racional e ideal de todo lo que es y fuera de lo cual no hay nada y se oponía a una existencia concreta, material, al espacio y al tiempo de la carne, la enfermedad y el dolor. El sueño del Sacro Imperio Romano no podía durar por siempre, y el aparente contubernio entre la razón y la fe cristiana fue tomando cada vez mayores distancias. Las promesas y la nueva magia imaginadas para el nuevo hombre renacentista dividieron el mundo en distintas parcelas de saber, y hubo un registro de una multiplicidad de racionalidades y mundos, y se desarrolló la ciencia moderna, y entre la diversidad de nuevas posibilidades concretas, la filosofía, anquilosada en su lógica de la identidad, espejo fiel de lo que es gracias a los filósofos, se alejó del descubrimiento particular y se avocó directamente a las formas abstractas, universales, esenciales, necesarias.
En este sentido la Modernidad consiste en una torsión, en un examen de los exámenes, en este período el objeto de la filosofía no era reflexionar sobre una investigación dentro de cierto marco teórico científico, sino sobre el saber mismo, en tanto saber. Este giro cognoscitivo de la actividad filosófica es indispensable para lograr la síntesis de los escepticismos de la época y para que el colmo de la filosofía especulativa tenga lugar. La clave es la trascendentalidad. Las condiciones de posibilidad de todo conocimiento. Saber qué conocimiento es posible implica de cierto modo saber cuáles prácticas cognoscitivas son ilegítimas o cuáles lo serían. Divide tipos de campos de saber; formula no sólo campos en donde se sabe que se sabe, sino también campos que aunque se desconocen, se saben cognoscibles, mientras que hace otros que quedan fuera de toda posibilidad de atención, objetivización o percepción. Y aquí se revitaliza el más allá, tanto la idea de realidad como la eterna pregunta de Platón en torno a qué hay más allá del ser, más allá de cuando se puede conocer y explicar. Esta inquietud es la semilla de la metafísica. Y no podemos olvidar los grandes problemas que quedan dentro y no claramente subsumidos a la realidad, a la esencia, al fundamento, al ser, dificultades como la verdad, la justicia, la belleza, la unidad y la pluralidad, el infinito y los finitos, la eternidad y el tiempo, la vida, dios, el poder, la risa, la erótica, el saber.
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