martes, 29 de septiembre de 2009

De comienzos: y conocí la filosofía occidental

Me gusta la ciencia ficción, en principio porque tematiza el destino y el origen del hombre desde un horizonte lejano y/o medianamente conocido. Además prefiero la fantasía sobre los trabajos y las ciencias. Por algún motivo oscuro admiro los planteamientos y fundamentos mitológicos que exceden los objetos que el hombre puede conocer, principios que preceden y trascienden lo que tú y yo llegamos a hacer o a no hacer.

Cierto día un agente de bachillerato me habló sobre unas criaturas fabulosas que me tenían sin cuidado hasta entonces: me contó acerca de Platón y de los filósofos. Al oírlo pensé que ellos hicieron lo que yo cuando estaba en la vieja sala marrón, tumbado y pensando, mirando hacia el tragaluz y sus telarañas, filosofar me parecía un nombre adecuado para mi compungida y retraída pubertad. Deseaba ordenar la mente del mundo en su totalidad, deseaba que todo hablar implicara el ser entendido; yo no era entendido, lo supongo, ya lo olvidé. Ideaba sin saberlo un lenguaje perfecto, una realidad intrínseca, de acto recursivo, una realidad que hiciera caer todas las posibilidades sobre sí misma, cohesionar los mundos existentes, permitir la existencia sólo en el sentido de la coexistencia. Al cabo de unos meses de escuchar por primera vez de los filósofos, leí algunas aventuras de Sócrates y, siendo un joven enamoradizo, quedé embelesado ante las ironías y las tragedias del filósofo poeta en sus diálogos. Percibí la intención platónica de aspirar más allá de lo que puede ser encontrado, adopté la empresa hacia la trascendencia y me quedó soterrada durante años la condena incluida en mi conversión a idealista, quizá debiera decir, a filosofador. Hoy sé que padecía una obsesión, la cual no ha dejado de agravarse, hacía filosofía primera, buscaba la radicalidad en toda manifestación humana. Concebí la metafísica, y desde que yo soy yo, la amo. Por todo esto me imagino que quiero ser un filósofo. De algún modo mis diletancias se perfilan hacia una pretensión semejante.

Metafisicar tiene un precio que no termino de comprender y que tardé nada más en vislumbrar, y es que para hacerlo hay que pagar con todo cuanto se tiene, renunciar a las cosas y a la vida. Penetrar en el misterio del infinito y volver otro. Si el proceso de fundamentación y de nacimiento de esa alteridad es largo, la consecuencia es visitar durante ese proceso un extenso desierto, que los hay de varios tipos, los más horrendos que he conocido son los desiertos de gente, de escaséz y hostilidad en medio de humanos y multitudes.

Volver de la muerte no es sencillo. Luego de entrar al inframundo no hay ningún parámetro que determine el momento adecuado para cambiar de curso y ascender. Y no obstante, ningún mito habla sin verdad.

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