Si el otro es concebido con desgana, el ego se desplegará con muy pocas facultades.
Uno de mis maestros quietistas me explicaba: "Tu Voluntad no puede seguir a Dios. Cualquier imagen que te hagas de él es un reflejo borroso e incompleto de algunas de tus propias partes. No entres en conflicto con la ignorancia de tu semejanza santa."
Pobres de aquellos que acepten la paz de los castrados. Me refiero a tres tipos de castrados: los abrumados que miran estoicos hacia el destino, porque ellos tendrán que vérselas con el Inefable y no verán a los otros que habitan, ínfimos, pero cercanos a sus fibras; luego, los sujetos que, a fuerza de ejercer su delirio, ataron su destino al daño de los otros volviéndose abusadores; finalmente, los castigados o vencidos por una locura territorial, que llamarán conveniente la tiranía del segundo y dejarán que acumule fallas hasta el cielo.
La verdad de los enunciados es un valor veritativo funcional. A pesar de su practicidad reducida a la conciencia, también es un compromiso general en las formas: la figura concreta asequible del valor de certeza o constatación queda así atravesada por las impresiones universales, las que tejen un mundo de estructuras recurrentes para la multiplicidad de casos.
Los intencionados de irreductibilidad (la tal figura concreta) tienen un modo de sobrevivir a las formas categoriales: abandonar la función veritativa, el allende sí mismo. Sin un lugar otro al cual comparar, cancelada así la analogía y el signo vulgar, solo queda el objeto presente, la singularidad sin principio ni fin.
Tales son los seres que pululan en la realidad. Pero no podemos dejarlos así, en la indistinción. Sus conglomerados adquieren funciones, compromisos formales, y en consecuencia, disponibilidad para la mente y los lenguajes, medios estos de unión entre las muchas terminales que somos los humanes.
Entonces estos seres, más próximos al origen que cualquiera de nuestras ilusiones (engaños unas, anhelos otras) deben ser abandonados, y en algunos procesos, olvidados. La razón está en la antropología teleológica y deontológica a que aspiramos, es decir, en una historia que no aparece aquí.
Tales son los seres que pululan en la realidad. Pero no podemos dejarlos así, en la indistinción. Sus conglomerados adquieren funciones, compromisos formales, y en consecuencia, disponibilidad para la mente y los lenguajes, medios estos de unión entre las muchas terminales que somos los humanes.
Entonces estos seres, más próximos al origen que cualquiera de nuestras ilusiones (engaños unas, anhelos otras) deben ser abandonados, y en algunos procesos, olvidados. La razón está en la antropología teleológica y deontológica a que aspiramos, es decir, en una historia que no aparece aquí.
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