Necesito vivir y consumo. No puedo apagarme, mi maquinaria no está hecha de esa forma. Soy un organismo que demanda continuamente energía. Si me apagara, terminaría mi singularidad y acabaría mi existencia hasta cierto grado autoconsciente de su continuidad. Conforme dicta la tendencia universal y observable de la entropía, participo de la disminución de los seres que emergen, robo su orden y su energía, estiro sus relaciones hasta volverlas nulas. No obstante, soy una parte del todo. Puedo ser un ente absolutamente negativo o ser una partícula cualquiera en una fase delimitadamente entrópica de un sistema no abarcado para la generación de universos no observables.
Entonces consumo. El consumo es un eje fundacional de nuestra antropología contemporánea. El consumo es un término o una salida, es un punto de apoyo. Desde él es posible desarrollar ciencias de la conducta y la estadística para anticipar necesidades, consolidar poderes y tener finalmente una gestión de las distintas poblaciones del globo, a partir de observación, métodos y literaturas o tradiciones. No me puedo explicar de otro modo los pasos hacia atrás de la civilización sin este conjuro contra las arbitrariedades y fechorías de los dioses antiguos, o mejor dicho, en favor de las promesas de la razón.
La industrialización del mundo moderno no solo enfatizó el consumo para volver mensurables a los seres vivos y dejar el yugo de los valores transmundanos, también colocó el tema de la producción. ¿Qué podemos hilar de la comprensión de la Modernidad a partir de una sociedad o gran familia humana fundada en producción y consumo? Naturalmente la razón práctica otorgó un amplio repertorio de productos en sus distintos proyectos utópicos (obviamente la praxis racional dispone de elementos teóricos o ideales), lo hizo aún dogmatizada por la trastienda divina, aunque no todos los siglos, en particular este último.
El proyecto utópico que ha configurado la sociedad más reciente no es uno solo, si bien existió, al menos por un tiempo, un discurso hegemónico que le dio sentido a los organismos que configuran el panorama político: el mercado estatal. La utopicidad de las ideas detrás de este presente consiste también en que pueden operar aunque sus ejecutivos o promotores no tengan "el poder" en sus manos.
El barbomago Marx pensaba una utopía científica principalmente en términos de producción. Dedicaba mucha energía e interés a la acción como transformación material. Su legado fue tomado por diversos frentes que tomaron la bandera socialista. Cada vanguardia roja hizo una lucha que pagó con guerra, perversión o crimen. De una forma similar, los elementos neutrales del trabajo científico (es decir, en perpetua actualización) de Marx fueron tomados por los enemigos de su progenie más directamente comunista. Además, sus componentes utópicos, en perfecta consonancia con la cultura religiosa del mundo, fueron heredados por varios simpatizantes de la justicia, otrora, Justicia.
Poco importa atribuir hoy día responsabilidades a aquel viejo judío ateo o calificar con tremendos desprecios o halagos sus textos. Su obra es de dominio público y no es un meta sensata bloquear el conocimiento que se produce a partir de su referencia. Pero hay un par de ideas que deseo señalar después de este breve repaso. En primer lugar, los proyectos utópicos coexisten en diferentes fases y distribuciones. Unas instancias de ellos son meras ideas, otras ya son tareas de grupo, de construcción de espacios y realidades alternativas.
Dado que los esquemas a menudo son sistemas explícitamente oponentes (realmente contradictorios sabemos es improbable sea el caso), sus contribuyentes se atacan unos a otros, de modo que lo que unos construyen, otros socavan. Así, la experiencia cotidiana insiste tanto en que se puede construir nuevos lazos como en que no hay que colaborar con proyectos ajenos. La condición finita y material del tablero también muestra que no hay precisamente dos polos, si acaso grandes tendencias, varias. También, dado que nadie jala parejo, al menos mientras los signos resistan el ruido y persistan a la entropía, el sistema dinámico entra en una especie de equilibrio en donde nadie está contento de manera definitiva con respecto a su utopía o sus ideales. Este santuario es lo que hoy llaman cabeza o subjetividad, y el mundo que lo hace posible es el mundo de la 'democracia moderna' y sus garantías individuales.
En este sentido, el proyecto del Capital -sueño de muchos y según enfoque- no está totalizado en todos los sentidos: es decir, que por doquier hay proyectos que se resisten a su progreso, puesto que la realización de unos consistirá en la eliminación de las aspiraciones de otros.
La adscripción de un modelo no implica su conocimiento. Me sé ese cuento bien. Por ejemplo, más de la mitad de los ateos que he conocido son cristianos (a veces a su pesar, otras a su favor), no pueden rechazar su mentalidad por voluntad. Las nuevas humanidades del siglo, llamadas ciencias de la administración, gestión e información, detectaron que los sujetos son muy proclives a ser conocidos y anticipados de manera remota, es decir, manipulados, aunque se crean la cantaleta esa de ser únicos, especiales y amados.
México, otro ejemplo, no tiene propiamente una cultura ciudadana; aunque se defina al ciudadano en términos jurídicos. Su sociedad civil se hace patente por espasmos fuertes que no duran lo bastante como para madurar. ¿Qué clase de democracia puede tener un país así? Si en cierta medida no somos modernos, no podemos ser, en cierta medida, modernamente democráticos. Don Porfirio sabía la solución: aquí, haz familia y tendrás paro, y para que no te traicionen, dale chichi a quien te pida, solamente si es alguien de verdad, es decir, si es como de la familia. Las instituciones, por racionales que sean por definición, con esa base cultural, se pudren y se caen en su racionalidad tarde o temprano. Por eso el país es una joya para los extranjeros que huyen del orden totalitario y racional del desarrollo hegemónico, y claro, historias de gachupines que se cebaron aquí no faltan para amenizar la nueva familia que se nacionalice con ellos.
Al fin que los grupos políticos más fuertes (no "la izquierda" y "la derecha", sino las oligarquías tecnocráticas y plutocráticas frente a los grupos dispersos autonomistas y regularmente empobrecidos) parecen estar en una disputa entre el modo y la intensidad de consumir y de producir. Los primeros quieren que el mundo siga automatizado y los segundos que se vuelva a hacer política (porque la política murió, en mi opinión, en algún momento entre la primera y la segunda guerra mundial, lo que siguió fue un teatro de terror y alarmas). A los primeros les conviene seguir la inercia, están en primera fila y tendrán fácil acceso a la nueva tecnología desarrollada, y pueden presumir a todos que ellos son, con sus inversiones, los responsables de esos avances. Los segundos tienen una menor expectativa de vida y hacen de los valores clásicos como la libertad y el humanismo su refugio de sentido.
Pienso que estas tendencias están anulándose bastante. No es que la fuerza sea proporcional y la historia no se decante hacia algún lado, sino que la experiencia que unos y otros quieren generar efectivamente no está ocurriendo por causa de los otros. Creo también que en política contemporánea se está practicando en exceso la tercera vía de la paradoja dual. Una paradoja siempre se resuelve creando una salida viable no planteada en el problema original, como pasa con el nudo gordiano, ejemplo por antonomasia del "pensamiento lateral". Pues el mundo de hoy es un caso analogable: los que quieren acaparar la producción y entregar a todos los demás el consumo (a saber, los primeros, el uno por ciento), son incapaces de hacer eso; mientras los otros, el 99% que lucha contra la enajenación, son incapaces de hacerse cargo de la producción desde sus distintos niveles de empobrecimiento económicos y culturales para entregar, a todos aquellos que necesitan, el consumo. ¿Cuál es la tercera vía? Evidentemente, no producir, ni consumir, simplemente mediar. La tarea de todos, insatisfechos, ha sido ser mediadores, burlarse de ambos productores y consumidores mientras se encubre el enriquecimiento que genera esa tarea para que no caiga en desgracia para nuestros criterios morales de antropología consumidora. ¿Qué es el mejor emblema de esta mediación? La ciudad.
En un sentido, como empecé diciendo, yo consumo, para subsistir, no voy a evitarlo porque no me pertenezco como para optar por el suicidio; pero en otro sentido, no consumo, no para mi placer, ni para mi pertenencia. Conozco el costo social de no consumir, no me es ajena la impunidad que reina sobre el campesinado que, dueño de tierra y capacitado para darse de comer, deja de consumir y de elevar los índices de crecimiento económico. No consumir es severo. Pueden extinguirme sin que nadie haga nada. En cuanto a producir, pues sí, hago cosas, tomo decisiones libres, y a partir de eso ocurren consecuencias y tareas. Pero a la vez es un no hacer, porque con frecuencia el resultado es inmaterial, porque no es demandado, para nada sería colocado en el estante de un negocio, o en una cadena de producción. No consumo ni produzco, pero consumo y produzco. Ahí hay un matiz al alcance de todos. Mi hacer es un regalo, como mi subsistencia lo ha sido siempre.
Preguntas quedan un montón. Yo me llevo estas: ¿qué clase de mediación es la abyecta? Si negamos todo tipo de mediación, entonces, dado que Hegel, pues ya fue... De nuevo miro el abismo del caos, la entropía, la nada. Ahora bien, ¿es suficientemente amplio el usurero, ese "productor" a partir de aire? Luego me pregunto, ¿qué clase de mediador puede ser un sujeto en paro permanente? ¿Podrá evitar por su naturaleza caer en la clase definida justo arriba?
Un razonamiento parecido a este fue el que me hizo estar en paro indefinido. Creo que todo el país debería estarlo, pero el tribalismo es carnicero mientras tenga carne que machacar, por lo que soltar territorio probablemente solo engorde a algunos clanes en sus usos y costumbres. Habría que preparar algo para encausar la fuerza de quienes se resisten a engrasar la maquinaria.
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