martes, 5 de julio de 2011

Criatura

Una botella de plástico reposa en el buró. Aunque su contenido originario está ausente, lleva cerrada varios días y no ha sido arrojada con las demás toneladas incontables de basura que genera la ciudad. Ha estado aquí guardada en casa, sin ninguna perturbación en su interior. Posee residuos de su anterior contenido dentro, pero no es eso lo que más gravedad le otorga a su interior. La botella guarda un arácnido, de aquellos que han desarrollado tenazas y una cola con punta en aguijón. Es un alacrán de escasos dos centímetros de longitud, su color es oscuro, como lo es el de los poco peligrosos para el ser humano, sus pinzas son muy delgadas y su cola está retraída. Está muerto. En vida, durante su cautiverio, acostumbraba hacerse el muerto, como las cucarachas, tal vez esperando que lo dejara salir la tapa enroscada, o tal vez guardando energía. Pero la salida truncada no dejó de estarlo, estuvo encerrado varios días sin alimento y encontró su fin un día incierto. Otros de su familia han encontrado el mismo destino en este hogar poblado por hombres.

Quiero guardar un minuto de silencio por esta criatura a la cual he dado muerte. Cualquiera que sea tu nombre, Providencia o metafísica, te pido perdón. No he sabido qué responder ante su peligro, como un estúpido occidental más, que no sabe deshacerse del miedo, temí a una posible picadura ponzoñosa. Sin tener ninguna certeza, encerré en esta prisión plástica y maté de inanición este animal. ¿Qué otra cosa pude haber hecho?, que alguien me lo diga, porque no hallé otra salida, y ahora que veo este desenlace, no me gusta nada, siento una pena tremenda por mi víctima. Estúpido occidental, creí saber las respuestas cuando le di encierro. Pensé: "si dejo libre este veneno, volverá a mí en revancha y, sin que lo note antes, esta vez sí me enterrará su aguijón. O peor, ¿no picará, en lugar de a nadie, a mi gente amada?" No quería ser el responsable de que alguien resultase herido; pero, ¿realmente puedo evitarlo? ¿Estaba yo justificado por esta razón? Soy un miserable gigante de la naturaleza, y un monstruo de la cultura. Pido perdón por esta acción, por creer que gané en un justo enfrentamiento en el que era él o yo. Perdón porque no me pregunté por su ciclo vital ni me interesó hacer bien a la salud de mi entorno, perdón porque habrá quien me diga que esta es una bagatela, que nada relevante aquí ha pasado y que puede pasarse sin gloria ni pena a otro episodio, porque dirán que estoy perdonado por no sé qué creencia secular y que puedo seguir mi camino. Lo cierto es que he matado y que las razones por las que lo hice no eran razones verdaderas.

1 comentario:

Kazu dijo...

Que intenso Enrique. En fin. Contra mi costumbre, comentaré, porque... bueno, lo que describes me es familiar.

Me llama la atención que te hayas dicho: si dejo libre este veneno, volverá a mí en revancha y, sin que lo note antes, esta vez sí me enterrará su aguijón. O peor, ¿no picará, en lugar de a nadie, a mi gente amada?" No quería ser el responsable de que alguien resultase herido.

Diré algo muy elemental pero:

a) Los accidentes nucleares, guerras o accidentes de tráfico = acción humana en su totalidad.

b) Por el contrario, cuando un animal cualquiera actúa conforme a su instinto, no es responsabilidad de nadie.

En cualquier caso, al matarlo, no sólo has prevenido que pique a cualquiera de tus seres queridos, sino que no se lo haga a nadie. Sin embargo, si lo hubieses dejado vivo, tal vez habrías prevenido que nadie importante para ti resultase afectado, pero alguien más sí lo habría sido. Y no, no digo que fue bueno; digo que hay un límite de lo que se puede "prevenir".

Para ser sincera, lo que motiva mi comentario son las acciones tomadas para "prevenir", cuyo origen se encuentra en el miedo a lo que pueda suceder. De lo desconocido sabemos (sí, contradictoria la frase), sabemos, digo, que andar por su sendero implica dolor de por medio (digo 'dolor', no 'sufrimiento', sólo los pendejos sufren); y parece que la tarea humana por excelencia es evitarlo, porque el dolor es una mierda; diablos, ¿quién que se haya quemado querría volver a hacerlo? Pero aceptar que sucede es, creo, la mejor manera de afrontarlo.

No puedo decir más al respecto; tengo la impresión de que tu texto es más desahogo que otra cosa. Sin embargo, te compartiré (aunque no estás obligado a aceptarlo) una anécdota.

Hace unos años encontramos en el patio de la casa un tlaconete, grande para el estandar, tanto que se comió una ranita de un bocado. En nuestra ignorancia pensamos que era una serpiente (en nuestra defensa, era de noche).
Como no sabíamos qué hacer y quiso el destino que mi hermana hiciera una excursión al departamento de bomberos, cuyo folleto afirmaba que también se ocupaban de dichos animales rastreros, los llamamos.
Sí, llamamos a los bomberos por un tlaconete. Risas por favor.
Vinieron, lo vieron, se lo llevaron y nos contaron un dato interesante acerca del bichillo. Según esto, son atraídos por la sangre de las mujeres cuando están en sus días y, cuando éstas duermen, se meten entre sus piernas y las inoculan. Biológicamente imposible, pero es lo que se dice (Dato cultural: esto lo puedes encontrar con más detalles y mejor narrado en el Diccionario mítico-mágico del estado de Veracruz que hizo el mtro. Alberto Espejo).
Mexicanos, miedosos y supersticiosos, dimos oído a semejantes palabras y durante los meses siguientes, cada pobre criatura que encontrábamos en la propiedad moría calcinada; sí, horrible.
El animal no es muy grande, tampoco es ágil y, en realidad, encuentro difícil que represente alguna amenaza para ser humano cualquiera. He de agregar que nunca he comprobado que lo que se dice de él sea verdadero o falso.
A la casa vienen por temporadas: o en épocas de lluvia o en Navidad, ignoro las razones. Cabe mencionar que tampoco encontramos muchos, dos máximo. Sabemos que están porque hacen un sonido distintivo, parecido al de las lagartijas mamonas (¿las conoces?). Por lo común, luego de matar a los visitantes de la temporada, no volvíamos a saber de ellos hasta la siguiente.
Este año, luego de las lluvias, encontramos uno. En un arranque de madurez, lo orillamos al ¿recogepolvo? (se me olvidó la palabra) y lo tiramos en un terreno baldío cercano.
Confieso que la superstición no me abandona, pero me limitaré a cerrar la ventana si escucho que está afuera y, si vuelve a aparecer, repetiremos el proceso; los tlaconetes no van a dejar de aparecer.

Chale, qué largo quedó esto.

Saludos