jueves, 14 de julio de 2011

Autoconfesión

Este mundo está lleno de riqueza. Además, si se busca y entiende con diligencia, se encuentra colmado de portentos. A esta diversidad le corresponde, habitualmente, una selección o discriminación motivada
unas veces por el juicio, autor de tantos dones como desgracias, otras por el supuesto instinto. Lo terrible que encuentro desde mi hábito y obsesión con el pensamiento es el automatismo con el que acontece esta preferencia --y no debe ocultarse que está implicada en ella una separación; una maldad. Yo pensaba, según críticamente (de donde uno comprende que la concienciación no resuelve nunca nada), que sabía hacer algo de provecho: pensar. Pero hoy pienso, a medio desengañar --paréceme así hoy--, que no he sido en varios años algo más que un zombi, apenas algo más que un ente programado. Muchas veces fantaseé, en diversos escenarios y con distintos actores, con una historia en la que un reportero investigaba la producción estatal y secreta de gente falsamente libre, y que al final de su pesquisa lograba deducir que él mismo era uno de esos seres fabricados por un sistema que abarcaba incluso su intento de denuncia dentro de ese leviatán de manipulaciones. Creo que esa historia trataba de reflejar lo que acontecía conmigo, porque una parte esencial de la tarea del librepensador no la estaba cumpliendo y no quería verla. Al desconocerla, me convertí en un miembro más de la farsa del individualismo occidental. Me refiero concretamente a la escritura. Pensar, sin escribir, es no hacer nada. Aunque pensar es estrictamente un acto, una realidad, si se prefiere, la única forma epistemológica que posee el pensamiento es su expresión, su codificación en signos, ésta es su única materialidad válida. Pensar sin signos es una nada. Escribir, por su parte, es un oficio verdadero, una labor técnica que puede practicarse con un arte profundo o sin él. Si un pensador no escribe, su vida pensante no merece ser vivida. He pensado una y otra vez las mismas ideas mientras me he privado del desarrollo, de darle a sus formas una descripción básica, una propuesta tipológica y una claridad crítica para ponerlas en la mesa, ante otras inteligencias y encontrarles, junto a otros pares, riguroso valor.

Voy a aprender a escribir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La parte del detective me recordó a Blade runner o la novela en la cual está basada: Do robots dream of electric sheep, del maestro del Sci.fi paranóico, Philp K. Dick. Saludos, Enrique y bienvenida sea la plasmación de tus pensamientos.