miércoles, 17 de agosto de 2011

No soy soldado de la felicidad

Compro habichuelas mágicas.

Prometo saquear sin reparo alguno el reino al que me lleven las leguminosas. Porque todo mundo mágico ofrece riqueza y poder, tomaré todo el oro, la plata y las piedras preciosas que encuentre y pueda cargar, y haré varios viajes de esta manera, procurando ante todo tomar muchas veces más de lo indispensable para salir de mi necesidad. Desde luego, no haré nada de esto sin antes cometer una canallada peor que el robo: asesinaré a la criatura que haya acumulado este tesoro, la cual seguramente será un monstruo sucio y feo, como debe ser todo aquello que vive indignamente en la opulencia por encima de mí. Obviamente en esta circunstancia uno de los dos debe morir; no hay modo en que prevalezcamos los dos; si algo sé muy bien es lo poco razonable que resulta esperar llegar a un acuerdo con una bestia devoradora de pobres.

Ofrezco por las habichuelas mágicas 50 centavos.

No parece mucho, pero representa todo mi tesoro material: sé hará más provecho ese cambio en manos ajenas que en mis bolsillos, los cuales me han enseñado a extraviar invariablemente toda moneda con una denominación menor a dos pesos. Por eso es que sé también que no soy el malo. Ponga atención, vendedor, lo que hago no es otra cosa que dar, a cambio de unas vulgares semillas mágicas, la prueba de mi bondad. El trato no puede ser más justo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me recordó el filme Jack y las habichuelas mágicas