lunes, 1 de febrero de 2016

La razón tras el telón no es un consuelo

Todo pasa por una razón. Así nos han dicho los entusiastas del cosmos. Desde luego, la razón no tiene necesidad de estar expresada en su forma más simple, no debe por fuerza ser una expresión sencilla que se pueda extraer de su soporte material y llegar a nuestro uso técnico casi sin pérdida. No obstante, sus manifestaciones son necesarias. La capacidad de distinguir patrones dentro de los seres en distintos movimientos contribuye a imaginar una y otra vez el orden. De modo que, sin importar nuestros desvaríos, aturdimientos, ensoñaciones y tantas otras afecciones que pesan al intelecto limpio, la atención nos permite encontrar hilos de sentido, razonamiento y coordenadas para mirar aquello que sucede como un heredero de las formas, una criatura intencionada o significativa. Pero esta condición racional se confunde todavía en el habla coloquial con las explicaciones reconfortantes, conocidas o por ser conocidas. El optimismo que abraza este habla parece desnudar el núcleo de la existencia, pero esconde bastantes razones. Dos de ellas merecen espacio en este apunte: una es la otra necesidad, a saber, la necesidad corporal de mantenerse laborando para subsistir, esta necesidad que no es estrictamente lógica sino sentipensante y en cierto modo subjetiva; si las razones ocultas estuviesen destinadas a ser reveladas para comunicar algo directo e importante a la persona, el resultado "no tiene sentido" no sería posible o sería un falso resultado formal, indigno de ser reportado. De aquí deriva la otra razón que los obtusos soterran: la naturaleza del misterio como situación que nos atenaza en dos modalidades, ya sea dándonos cuenta de la ignorancia o no teniendo noticia de ella, es decir que la razón detrás de los hechos puede mantenerse materialmente lejos de nuestra comprensión, y si bien las causas no son absolutamente incognoscibles, sí permanecen ajenas e inabarcables para momentos históricos en particular. Por esto, dicho sucintamente, la razón sin conocer no es necesariamente una esperanza, es un límite, y es sensato llevar creencias y aplicar políticas determinadas desde el "no se puede". Para los entusiastas, como sea, puede que convenga hacer explícita la forma detrás de lo recién dicho: "no se puede (todavía)."

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