jueves, 24 de marzo de 2011

Misógino

Mi experiencia humana no filosófica es la principal administradora de mis entradas. Por eso creo permisible el juego libre e injustificado de pensamientos a ratos objetivos y la más de las veces valorativos. Una especie de bocadillo infantil que nadie tiene obligación de leer, criticar, esconder...

Mientras andaba hoy por las calles de mi ciudad natal, a la cual desestimo tanto, tuve la oportunidad de retomar un viejo problema a raiz de un recuerdo antiguo: mi misoginia. Odio a la mujer, no menos que al hombre, y se debe a que la concebí desde mis inicios proyectivos como un ser configurado desde siempre junto a la belleza, tema este que excede -lo sabemos- toda naturaleza física. De esta manera, me es insostenible tratar el objeto de lo mujer sin entrar en cierto rango de idealidad y formas, es decir, que nada femenino veo sin encontrarme también con mis objetos de discusión y permanente trabajo: las ideas. ¿Y si mi trabajo se pausara y dejara de discutir ideas? Entonces no vería, dado el caso, a una mujer, sino a un otro, o sea, a un hombre, el cual también participa de la belleza, pero es suceptible de no tenerla sin por eso dejar de acontecer. Considero esta situación, por supuesto, harto retorcida. No me puedo justificar, así es el odio, de muy cortos alcances.

2 comentarios:

Elena C. dijo...

¿Y que fue lo que te hizo recordar tu misoginia?

Enrique dijo...

... No lo recuerdo. Este escrito es estéril en ese sentido; no me señala nada que haya pasado en esas calles. Tengo presente el lugar por donde caminé, incluso la tienda por la que pasaba cuando tuve la memoria explícita, pero no tengo idea de qué fue lo que vi... pudo haber sido un perrito moviendo la cola, la hojarasca, el sonido de unos tacones o el timbre de un celular...