miércoles, 9 de julio de 2008

Naturaleza

¿Podemos poner a la naturaleza en cuestión? ¿Es perfectamente plausible desde un horizonte fenomenológico? ¿Qué supondría un horizonte de esta naturaleza? Y antes, ¿cómo la naturaleza se vuelve un problema?

La filosofía, que ha visto nacer a la fenomenología, a la conciencia y a los horizontes, que se ha preguntado además por los principios del mundo, posee en sus manos el descubrimiento del logos. La identidad y el aparente candado o inferencias necesarias de las cuales se deriva la lógica es la herramienta con la que fundamentamos, preguntamos y constituimos conocimiento.

El logos tiene una ventaja de especial interés. No tiene un principio. Su particular modo de ser es lineal e interminable. Sólo basta decir que no hay punto final y que no hay tampoco suficiente introducción para que el discurso, la corriente de los signos del lenguaje, sea infinitamente limitado en lo que dice. Aquí es en donde cobra particular importancia la autorreferencia. Ella es lo que fertiliza el discurso.

Afirmar que A = A es referir un signo único del caudal hacia otro signo único del caudal para afirmar que son idénticos. Que dos signos dados en dos espacios o tiempos distintos sean llamados idénticos hace desaparecer la referencia aludida y emerge la autorreferencia. La autorreferencia es, además de una creación de la afirmación, un olvido. Se olvida o se omite una singularidad, un ser su caso, porque es irrelevante con respecto a su identidad, que se puede hipostasiar y volverse autónoma. La relación que surge de los dos entes corrientes va más allá de los dos entes corrientes. Pierde espacio y tiempo conforme gana su muy particular contenido: la forma.

En el discurso de las autorreferencias, lo que hay de nuevo con respecto a un discurso no autorrreferente, esto es, que no posee identidades universales en tanto que no remite cuando menos a dos o más entes o cosas, es, como decía más arriba, la fertilidad. La fertilidad aquí implica todo un trabajo que rinde frutos. Allí donde se cosecha hay fertilidad, y en donde hay fertilidad pudo haber la autorreferencia, pues ella es suficiente motivo para esperar resultados. ¿Cómo pasa esto en el discurso? Por medio del poder o gravedad que supone la afirmación, que interviene en lo que cabe esperar en el discurso, y así lo que sigue ya no es cualquier cosa, sino que pierde posibilidades de ser, por ser éstas incoherentes con afirmaciones pasadas.

Las afirmaciones asumidas son a la vez ampliación y delimitación. La cosa aludida extiende sus alcances más allá de su instancia concreta una vez identificada con otra cosa de distinto origen, pero esta ganancia se da por compromiso, el compromiso de ser idéntica a la otra cosa. Mas el compromiso lo que implica es que la libertad de ser –infinidad de posibilidades– de la cosa se ve reducida, acotada. Tiene que comportarse de un modo en particular, sin limitarle todos los otros modos posibles, pero sí algunos: los que se identifican con no ser la otra cosa a la que tiene que ser idéntica.

El gran conjunto de afirmaciones que coexisten entre sí radica en el intelecto de los conocedores de los códigos que establecen las condiciones de posibilidad de la autorreferencia. Ellos son los que tienen el poder de cultivar sus afirmaciones. Sin embargo, no todos los compromisos o identificaciones están presentes a la conciencia de los entes que tienen el poder de cultivar. En eso consiste el cultivo, es trabajoso porque ocurren antinomias, violaciones a las reglas que estipulan tácitamente las distintas identidades. Esto es lo que se conoce normalmente como la exigencia de coherencia de la racionalidad.

Pero el cultivar acontece como un arte que se domina o adquiere. Las antinomias que no son tratadas no siempre generan problemas graves. Las violaciones a las reglas racionales son, en la mayoría de los casos, problemas que no repercuten o que si lo hacen, causan malestares de rápido alivio. Acaso esto sea un indicio de la contingencia con la que se elaboran las afirmaciones. No obstante, existen algunas identificaciones que están plenamente justificadas en el poder que evitan, eluden, domeñan, emplazan. Su principal agente de distinción radica en que si se desconocen estas identificaciones, uno padece consecuencias relevantes y esto de modo semejante a como aquél que sí las conoce y no las obedece. Su conocimiento es vital, urgente; establece una disposición estética, sensorial o perceptual importante, principal a la hora de cultivar.

Esto ya supone una situación que vale la pena observar. Significa que las reglas racionales no sólo son coercitivas con lo que está aledaño en el discurso, sino que también con lo que nos es a nosotros valioso: no sufrir consecuencias graves. La clave racional es simple: respetar la lógica con la que se habla. En esta acción no sólo está la comprensión –que es uno de los frutos más básicos del cultivo del logos– también la actitud o disposición de seguridad. La fe o creencia que no perturba nuestro cuerpo –nuestro complejo organismo al que todo él somos idénticos– es cosa muy valiosa. Apreciamos el trabajo de cultivo bien elaborado. Por eso hay quienes quieren adquirir el arte de cultivar. Los hombres lo llaman conocer. Aquí lo llamo atención del discurso.

Este ir más allá del discurso y obtener frutos ajenos o de naturaleza distinta al discurso es lo que me hace pensar en la realidad trascendente. Aquello que llamamos poderes son sinónimos de la trascendencia. El poder es el otro nombre de dios. El temor y la paz son una espontaneidad nuestra que nos habla de él. Es noumeno o región no cognoscible. Su naturaleza es distinta a la del discurso. Su modo de ser es otro. Es, a mi percepción, el primer modo de ser. El que se revela distinto. Su modo de ser es ser modo de ser. En este sentido es que su naturaleza es la natural. Y sea lo que sea aquello que no puede ser restringido pero sí relacionado por el logos eso es la cosa natural.

Pero esto último es un problema serio para la razón. Pues explicita una relación que no debió ser: identificar a la cosa natural con elementos del discurso. Una manera sensata de solucionar el problema es negar que verdaderamente algo haya sido dicho de la cosa natural. ¿Pero acaso si no ha sido dicho ya no es racional? ¿Qué acaso no ha quedado claro que no hay en el discurso un punto final ni introducción suficiente.

¿Es esto un horizonte fenomenológico? Sí, al menos en el sentido de que lo que acontece es un signo, y que no se da sólo, sino que me relaciono con él a través de códigos, algunos implícitos y otros no, concientes y no concientes. El punto es que mis prejuicios no me impidan llegar a las cosas mismas, es que pueda mantenerme lo más coherente que pueda con mis propios compromisos, mi propia estrategia de cultivo.

La naturaleza es una expresión vaga, sumamente desgastada por las interminables discusiones filosóficas en torno a ella. Desde los físicos griegos a los científicos modernos, y de éstos a los metafísicos especulativos, la naturaleza simplemente es lo que no acaba de decirse, realidad.

¿Pero qué especies vale la pena conectar? Esta es la pregunta de todo artista del logos ¿Es que no son mis códigos o claves también signos que pueden ser puestos en cuestión? Los filósofos expresan con gran pericia múltiples perspectivas y muchas veces muy ricas, pero a cada uno le puede corresponder una actitud escéptica. ¿En qué momento nos tocará la disposición estética del repudio?, ¿en qué momento la del principio de la evidencia, el acuerdo o el concilio? Lo racional es lo que puede ser depurado, corregido, ¿pero con qué fin? ¿Acaso aproximarse al poder? No lo sé, pero lo decido todo el tiempo, muchas veces sólo lo confirmo. Eso es el sentido de lo natural, el sentido de los modos.

3 comentarios:

Daniel G.G. dijo...

Debo confesar que no lo entiendo. Está visto que tenemos formaciones un tanto distintas aunque alguno de sus puntos, como esa crítica a la identidad de A=A me suena extrañamente familiar... Esto me tienta a hacerle la pregunta del filósofo oriental: ¿Quiénes son sus maestros? ¿Acaso lee a Nicol? ¿A Heidegger? (consejo no pedido: Trate de desembarazarse del lenguaje de la traducción)

En todo caso, gracias por el añadido a la lista de "desconocidos" (he correspondido el favor). Espero no le moleste verse incluido en una bitácora ultraderechosa. Tengo fe en que eso le hará corregir un poco el rumbo fenomenológico (jeje)

Por cierto ¿El equivalente de su Zurda siniestra sería una "diestra perita"? Saludos virtuales hasta esa ciudad de la que recuerdo, apenas y húmedamente, unas cuantas calles.

Vale

JoséManuel dijo...

no se entiende lo q quieres decir.

Enrique dijo...

Cuando menos se me concede que algo he querido decir o que algo hay que entender de este texto. Es verdad que es oscuro; varios pasajes pudieron ser escritos en un lenguaje más común, claro y objetivo. Me gustaría sintetizar lo dicho, pero ahora mismo tengo problemas con la comprensión del texto, no sé si esto lo hace 'malo', pero me ha motivado una nueva discusión con el anciano Kant.

A grandes rasgos lo que he dicho es que la realidad es dinámica y que toda estructura acomodada sobre ella no es estrictamente natural, pues lo natural lo pienso como el modo aparentemente continuo e irrepetible de cada instante; mientras que los esquemas o representaciones por medio de los cuales hablamos, comunicamos y decidimos según saberes regresan y repiten determinadas presencias derivadas de los modos (una noción próxima a ésta en la Modernidad sería la de 'experiencia'), llámesele a esto conceptos, definiciones, esencias, identidades o sustancias.

Respecto a la pregunta del filósofo oriental -cuyo nombre no estoy seguro de identificar-, pues es una buena pregunta. Tengo que respondérmela a mí mismo y me exige tiempo, me quedará de tarea. Puedo responder sin embargo de la forma más espantosa pero tal vez la más sincera. Mis maestros son muchos vivos y muertos, en una entrada anterior de este blog mencioné al final a varios autores populares que me han influenciado, pero creo que no mencioné a mis profesores en la UV de los cuales tengo influencia directa y medianamente fuerte. Mencionaré a seis según el orden cronológico en que los fui escuchado con atención: Renato Prada Oropeza, Ariel F. Campirán Salazar, Julio Quesada Martin, Ramón Kuri Camacho, José Antonio Hernanz Moral y Marcelino A. Arias Sandí. Como notará, Nicol y Heidegger son sólo maestros míos indirectos -más que Heidegger, Husserl, Gadamer y Wittgenstein, incluso le prestaría más atención a Arendt. Casi todos estos autores populares me son lejanos, qué se le va a hacer, si soy de los ochenta, apenas y tenía conciencia y ya no había muro de Berlín, me dedico a desperdiciar mi tiempo con tantos distractores de la época y no me ruboriza decir que no entro a Heidegger por la sencilla razón de que no le creo; no me pasa así con Platón, al cual tengo a la orden del día, quién sabe por qué.

Sobre el lenguaje de la traducción tengo que pensarlo también. Creo que se trata ante todo de un lenguaje mítico, y como tal me ayuda mucho a ordenar mis propias ideas, admito que para comunicar puede no ser apropiado como indica su consejo no pedido.

Bueno, les mando un saludo afectuoso a ambos y gracias por la visita y la lectura de un texto que hace tiempo que quiero despedazar.