martes, 5 de noviembre de 2013

Apunte acerca de escuchar la razón

Soy un aficionado de las analogías. Los amigos lo saben. Hay una comparación a la que le tengo especial manía y por medio de la cual me permito estudiar la filosofía. Se trata de la sonoridad en la actividad mental, una forma de monismo, desde luego. El universo secular que me educó me dijo que la razón era el instrumento de mayor capacidad liberadora. Según ellos, no sólo conducía a una intensa construcción propia llamada creación, también tendría efectos positivos duraderos. Para ejemplo, miremos la civilización. Es cierto que ella está en decadencia, pero eso no elimina la verdad de que ha acumulado procesos benéficos para unas 140 generaciones humanas (la historia). Pongamos por caso, para mi propia vida y para más de cien de mis antecesores, aunque pocas o ninguna de mis ascendencias hayan formado parte de la clase privilegiada de la civilización, las virtudes culturales se filtraron en nosotros como el éter, por pocas que sean las generaciones de lectores en nuestra sangre. Pues bien, volviendo a la analogía, me parece más exacto describir a la razón en función de la armonía que generan las creencias, importantes responsables del camino seguido por los comportamientos concretados. De nuevo, por armonía me refiero a la sonoridad, no a la buena conciencia que se encuentra satisfecha consigo misma y el mundo, ciega a la miseria y a su propia responsabilidad. El pensamiento es musical, igual que los símbolos verbales, y opera a nivel individual y colectivo. De acuerdo con esta relación, cada vez que una conciencia (o colección de creencias activas) persiste en el tiempo, mantiene una tensión consigo misma y con el entorno, busca un equilibrio que conserve su identidad como cuerpo autónomo y su pertenencia a un hábitat de múltiples y diversos individuos. El leitmotiv es la recuperación de una forma establecida conforme a la correlación de la totalidad de las fuerzas. En esto se asemeja el pensamiento a los fenómenos sonoros, a que su medio es elástico y tiene la disposición de iniciar un viaje que concluye con una vuelta al origen. Este regreso de la figura es un acontecimiento sustancioso y deja una marca en el espíritu. Quizá sea difícil interpretar el suceso de cambio y regreso como una huella física, pero sí representa una experiencia cognitiva (si hablamos sobre todo de la elástica mental) o estética (si hablamos sobre todo de la elástica del aire), y por sus efectos es un hecho verificable. Esta recuperación es propiamente el crecimiento o valor agregado de la intervención, el viaje o el conflicto. Si la conciencia sufre un impacto desestabilizador, entonces tiene que buscar una nueva configuración hecha a modo para recuperar su estructura coherente, esta noción es la que respalda la reducción de disonancia cognitiva. En el caso de la razón, se trata de un esfuerzo lógico por conservar la coherencia, en el caso de la música, de la armonía. Por supuesto, ambos fenómenos físicos son distintos y nadie debería confundirlos, pero su estudio en conjunto permite mirar la ampliación de los horizontes mentales o aprendizaje con otros horizontes, más complejos, más completos.

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