Naturaleza del blog Zeyrus Kuilg
Escribir aquí para mí desde el principio ha sido como hacerlo en un escritorio de trabajo. Los textos que he publicado en él han tenido la intención específica de generar un público reducido y flotante, que se recicle y no deje de reaccionar siempre a su modo singular y actual, sobre todo en contra de mis ideas vagamente establecidas.
He buscado cierta animadversión como respuesta a mis escritos, no escribo para agradarle a nadie, ni siquiera a mí. La razón de mayor peso es la imprecisión y la incompletud de mis palabras. Lo que pretendo es proyectar que todos los textos, no sólo los míos, son entecos. Sí, ridículos. Una manera tendrán de no serlo. Ser El Texto. Pero ya no estamos propiamente en una era de libros sagrados, una era que necesitaba, entre otras cosas, de pocos lectores.
Claro que mis limitaciones como escritor -que nunca lo seré con rigor-
hacen la tarea particularmente difícil. He cometido muchos errores y herido suceptibilidades que pensé no herir. Se creerá por eso que mi blog es como mi bar personal, ahí donde curo mis penas y trato de no recordar más, pero no lo veo así, tengo una buena razón para hablar tanto de mí, hasta la imprudencia. Sobre la propiedad terapéutica de la escritura hablaré en otra ocasión y sobre el olvido de terapearse sólo puedo mostrar mi inconformidad. No es así, por el contrario, recuerdo qué he hecho y asumo la responsabilidad de ser el veneno de aquello que me importa. La imagen que tengo de mí no es por tanto positiva y la ataco constantemente, es así una fuente exquisita en cuanto a la producción de textos para este escritorio y su figura Zeyrus Kuilg.
sábado, 30 de agosto de 2008
viernes, 22 de agosto de 2008
Humanos, lodo, barro, tierra, cal, maiz, sangre...
Lo he estado pensando ya durante más de diez años. Confronté las ideas que expresan la dignidad humana, su belleza, su bondad, su potencial, su saber; me figuré cómo sería un héroe, un protagonista, un personaje, una persona, un actor, un agente, un hombre, un niño, una mujer, un viejo. Subí y descendí con las ideas y sin ellas. Tuve y perdí normalidad, sentido común y amor. Aprendí y enseñé cosas y habilidades diversas; también tuve ocasión de olvidar y engañar. Pero ya, ya estoy claro. El humanismo es una locura y lo rechazo en cierto momento del pensar: el principal. No queda espacio ni tiempo absolutos para la emancipación, ni para el perdón, nada hay así para la empatía ni para el compromiso. Sobre todas las posibilidades de ser, somos una locura, una desmesura, un eclipse en la vida ajena; los humanos somos lodo y caos, barro, tierra y cal, un grupúsculo que imaginamos alguna vez como maiz, verdad y necesidad, alimento para el espíritu. Pero en el fondo los mitos nos recuerdan cómo fuimos (somos) antes de creer en la ilusión (es decir, ahora): unos monos, titanes, gigantes, salvajes, idólatras, ignorantes, enemigos; somo un torrente de males, de información incapturable, fútil, pero arrogantemente hecha positiva. ¿Para qué darle voz a los que callan pacientes y no esperan ni la paz ni la guerra? ¿Para qué dar la paz a los malnacidos hundidos en la miseria? ¿Para qué dar amor a los complacidos?
Lo he estado pensando ya durante más de diez años. Confronté las ideas que expresan la dignidad humana, su belleza, su bondad, su potencial, su saber; me figuré cómo sería un héroe, un protagonista, un personaje, una persona, un actor, un agente, un hombre, un niño, una mujer, un viejo. Subí y descendí con las ideas y sin ellas. Tuve y perdí normalidad, sentido común y amor. Aprendí y enseñé cosas y habilidades diversas; también tuve ocasión de olvidar y engañar. Pero ya, ya estoy claro. El humanismo es una locura y lo rechazo en cierto momento del pensar: el principal. No queda espacio ni tiempo absolutos para la emancipación, ni para el perdón, nada hay así para la empatía ni para el compromiso. Sobre todas las posibilidades de ser, somos una locura, una desmesura, un eclipse en la vida ajena; los humanos somos lodo y caos, barro, tierra y cal, un grupúsculo que imaginamos alguna vez como maiz, verdad y necesidad, alimento para el espíritu. Pero en el fondo los mitos nos recuerdan cómo fuimos (somos) antes de creer en la ilusión (es decir, ahora): unos monos, titanes, gigantes, salvajes, idólatras, ignorantes, enemigos; somo un torrente de males, de información incapturable, fútil, pero arrogantemente hecha positiva. ¿Para qué darle voz a los que callan pacientes y no esperan ni la paz ni la guerra? ¿Para qué dar la paz a los malnacidos hundidos en la miseria? ¿Para qué dar amor a los complacidos?
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