martes, 10 de abril de 2007

Una pregunta filosófica por los alcances de nuestros pensamientos en la realidad
Pensamientos, ¿hay algo más allá de ellos?
Tendría que negar que la pregunta sea relevante si no considerara de modo especial la vieja noción de la existencia, pues la pregunta anterior cuestiona específicamente la existencia de las cosas fuera de los pensamientos. Lo que para unos puede ser aquí confuso a otros les resultará trivial. Lo primero, sobre todo, si no escuchan a sus juicios como tribunal de la existencia y creen en unas reglas dadas desde el principio; lo segundo, si por defecto conceden a las cosas una existencia mental y valoran sólo la nueva información o no creen de plano en la posibilidad del conocimiento. No escribo ahora para ninguno de los dos tipos mencionados, sino para mí y los interesados en la siguiente genealogía. Hace muchos meses, mi confundida cabeza creía ver un asunto de radical importancia para la vida práctica de los humanos -y por tanto, para la filosofía- en la delgada línea entre la 'creatividad' y la 'naturaleza'; intuía, como muchos, que no existe la originalidad, el ingenio o la fuerza creadora y que las cosas llegan a ser lo que llegan a ser por causas extrahumanas y desconocidas por cualquiera de nosotros; pero por el otro lado también me invadía la sensación de estar participando en el mundo de alguna manera, de marcar una diferencia en la realidad por medio de mi diminuta fuerza. Entonces no tenía suficientes luces para escribir algo valioso al respecto, pero anoté en un procesador de textos la pregunta: "¿existe algo más allá de los pensamientos?" Dicha pregunta no era justa con la amplitud de mis inquietudes, pero no hace muchos días un amigo mío reformuló la cuestión del siguiente modo: "¿qué tanto creamos la realidad?" Esta aportación no planeada de su parte me ha traido de frente a la pantalla para redactar algo que leerán los mirones (claro que me incluyo) y bloggeros.
En mi opinión la respuesta que doy va a trivializar el problema, porque lo resuelvo vía mística, la existencia de algo no es como me han dicho que es. Pero tratándose de un texto que leerán otros es mi deber aportar la mayor claridad de ideas que pueda para que los demás se encarguen de investigar y formar su propia opinión. (Este asunto de la libertad es una cosa que la filosofía en occidente ha querido siempre salvaguardar, aunque a veces, hay que aceptarlo, en sus intentos le ha salido el tiro por la culata.) No me siento todavía capaz de experimentar con un procedimiento no racional o alternativo para explicar el problema que plantea la pregunta ¿qué tanto creamos la realidad? Así que prosigo racionalmente con una serie de precisiones que acotarán rápidamente el punto a tratar. De paso, pido una disculpa por adelantado a los escrupulosos portavoces de la 'posmodernidad' que niegan a capa y espada la metodología sistemática.

Pensamiento
En primer lugar hay que delimitar el significado de pensamiento. Los pensamientos son comunes entre los humanos y presentan la posibilidad de traducción por estar constituidos por lenguajes de todo tipo y nivel. Desde que tenemos lenguaje, gozamos las ventajas de la reflexión, y desde que hay lenguajes compartidos, tenemos la enorme capacidad de la referencia. Llamo entonces pensamiento a un flujo o proceso psíquico que se capta desde diversos códigos o lógicas (que se seleccionan por alguna omisión –o lo no voluntario–) y que tiene la posibilidad de desplegarse hacia otro flujo semejante; es así, de fondo, una intención o proyecto. Lo maravilloso de los códigos que se encuentran en el pensamiento es que pueden operar adecuadamente en más de un solo flujo, a saber, que la comunicación es posible, y con ello, la traducción, que deviene necesaria en todo momento comunicativo por el factor de pérdida de toda comunicación. Ninguno de los conceptos aquí mencionados es necesario en sentido estricto para comprender lo que es el pensamiento (efecto propio de la reflexividad), pero es un intento que puede bastarnos para entender y dar respuesta a la pregunta inicial.
Ahora bien, si hay pensamiento y se codifica a sí mismo como una unidad, entonces algo identificado piensa. Por supuesto que el flujo debe considerarse unitario para que se hable de algo pensante, pero si además se considera un compuesto en relación con esa unidad y se conforma digamos, un cuerpo, veo conveniente hablar más bien de ‘alguien que piensa’ y no sólo de ‘algo que piensa’. Pensar es por lo tanto posible para alguien; para perogrulladas, llámenme.
Si alguien piensa, ese alguien es un creador, dado que el flujo como unidad de pensar da cuenta de su participación en un lenguaje y habla como tal; se proyecta como uno más de los naturales de ese lenguaje. Sabemos de antemano que el habla es un proceso creativo que, atendiendo a ciertos códigos, se realiza denotando impresiones personales o únicas. Esto significa que si un código es común a dos individuos o pensamientos unitarios, la condición individual de ambos afectará la realización de las expresiones posibles desde las reglas del código, y las manifestaciones de cada individuo o pensamiento no podrán ser idénticas. El pensamiento es proyecto, construcción; algo original como el habla respecto de la lengua.

Realidad
Ahora prestemos atención a la realidad, ¿qué significa? De modo inmediato, podemos decir que la realidad es lo que en verdad es. Todo lo que pueda significarnos lo anterior es justo de pensarse, pero por motivos de método, en su sentido lato, reduzco su significado con base a dos grandes dimensiones de la filosofía humana: la ontología y la gnoseología. La ontología básicamente es una reflexión cuidadosa y conciente sobre las cosas que son o existen, mientras que la gnoseología es una reflexión también puntual sobre las cosas que es posible saber o conocer. La realidad está profundamente involucrada en ambas mega esferas de la filosofía. Algunos detalles metalingüísticos revelarán cómo participa la realidad entre la pregunta por el ser y por el conocer, preguntas guía para cada una de las dimensiones aludidas. Pero antes aclaro que la ontología y la gnoseología no ocurren verdaderamente por separado. Una sentencia ontológica sin una afirmación gnoseológica no es del todo real, tampoco a la inversa; se requiere la una a la otra. Pero tampoco son autosuficientes ellas dos solas, necesitan de la tercera gran esfera para tener consistencia y sentido, la de la axiología, o de las reflexiones en torno a los valores y el sentido de las cosas. La realidad, por tradición, no tiene mucho que ver con la axiología, por lo que mis apuntes son ligeros al tratar este aspecto que por supuesto nada tiene de secundario.
La primer distinción metalingüística es la siguiente: que no es lo mismo realidad que el término 'realidad’. Cuando se distingue al verdadero significado de la palabra de la voz que la refiere surgen muchos problemas prácticos, pues el valor de las palabras pierde su uso ideal significativo y se trata sólo de un objeto lingüístico. Esta distinción viene de elucubraciones gnoseológicas que dan cuenta de los medios que usamos para construir una visión de la realidad u ontología. Una palabra no es lo mismo que una realidad que designa la propia palabra, y podemos decir que la realidad no es mero pensamiento o un conjunto de ideas de la mente. Quien no crea que esta distinción sea verdadera, entonces tiene un asunto que investigar en otra parte.
Una segunda distinción es que frecuentemente cuando hablamos de la realidad solemos hablar más exactamente de la “realidad” sin darnos cuenta, pues las conversaciones son hechas muchas veces bajo supuestos que no son asumidos más allá del momento en que vinieron a cuento, mas la realidad es sólo una y no se habla de “realidades”, salvo en ficciones y mundos posibles por antonomasia. Suponer la realidad, y no de hablar del término que la refiere o un equivalente, es asumir una creencia no necesariamente compartida por nuestro interlocutor, y de esto hay que cuidarnos mucho so pena de generar malentendidos. Para que algo sea real debe ser incuestionablemente verdadero, pero antes comprendamos, que la creencia sea incuestionable no garantiza un conocimiento de algo real, ya Platón veía prudente que una condición de conocimiento fuera la de saber explicar lo que se sabe, esto es, tener alguna teoría o reflexión formal hecha sobre el asunto que pudiera llevar a los conocedores a alguna práctica de su saber. De tal suerte es la situación que cuando hablamos de lo real hablamos más bien de algo lejano y para muchos ajeno a sus pensamientos.
Tradicionalmente se piensa que para que algo pueda conocerse se necesita que ese algo sea definido, delimitado, objetivado, incluso se cree que sólo así las cosas son concretas y manipulables en el pensamiento, pero sobre todo, comunicables. Mucho de este escrito supone lo anterior, aunque no estoy completamente de acuerdo con ello, pues esta postura tradicional suele ser en efecto excluyente a otros tipos posibles de adquisición del conocimiento que considero válidos, como el saber fundado en el amor o el saber vital. No obstante sus limitaciones, la especificidad que se logra a partir de la definición y objetivación permite en gran medida comunicar, dado que los códigos de lenguaje, aunque fundamentales, poco o nada tienen de infinitos y todopoderosos, y requieren de mucha precisión para lograr sus cometidos más ambiciosos y teoréticos; esto es el poder de la razón que me permito llamar equivalente a la racionalización. Así se procede a definir lo real: según la epistemología –teoría del conocimiento científico–, lo real es lo que puede probarse mediante un método científico y ser efectivamente verificado. Para hablar de la verdad ellos hablan de hechos, pequeños fragmentos de realidad a los que han tenido acceso gracias a sus investigaciones científicas y una pizca –sustancialísima– de azar. En el modo más ortodoxo de hacer ciencia, no hay más conocimiento de lo real que el conocimiento científico. Yo digo que son muy hábiles para ocultar la metafísica –y su proceder no científico– que los traspasa. Pocos científicos, a excepción de los de la nueva física, filosofan en torno a la percepción, y lo que llaman realidad material, experiencia empírica controlada y evidencia, no es sino pura metafísica anquilosada que ha perdido ya su nombre de filosofía primera.
Abróchense el cinturón y pregúntense si la realidad es un concepto nacido por especulaciones concienzudas y primarias, si es pues una metafísica o un gran mito. Por ahora, no defino realidad porque está pendiente todavía una separación de especial importancia para ayudarnos a comprenderla.

Lenguaje y fenómeno: percepción y sensibilidad
Podríamos decir que la mente y la sensibilidad son dos reinos diferentes, en el primero el soberano es la cultura humana, y en el segundo el soberano es lo irracionalizable y divino. La percepción es un proceso o condición mental que está sujeta a las diversas configuraciones o códigos en el pensamiento; supone la captación de ideas o conceptos pero también la apropiación de algo: la información sensorial. Nuestro lenguaje transforma las impresiones que recibimos del reino de lo divino –que podría suscribirse al espacio sagrado. Si nos preguntamos por la necesidad de esta transformación de la información o por si la percepción es un modo necesario de existir o un simple proceso psíquico sujeto de suspenderse, mi respuesta tendería hacia un no, diría que sólo ocurre en tanto que somos proyecto o intención, pero por otro lado habría que ver si somos en verdad cuando no somos proyecto. Es porque el pensamiento se ha dado cuenta que es alguien que piensa (algo con identidad y cuerpo) que se ha proyectado desde una lógica o lenguaje particular como el mismo natural de ese lenguaje en un tiempo presente futuro, que nos reflejamos en otra instancia de ser desde el mismo código, y por lo tanto, convertimos lo que sentimos –el fenómeno o acontecer– automáticamente por medio de la criba del lenguaje presente. Esto es de nuevo una verdad de Perogrullo, que percibimos los fenómenos, que nuestras sensaciones son clasificadas, categorizadas, configuradas, etcétera de modo inmediato. Por eso es que nosotros en tanto proyecto somos la oposición de los dioses, su antítesis. Esto por supuesto no nos hace malos, simplemente mortales, ajenos por omisión adquirida (por nuestra misma causa) a los sentimientos oceánicos como la eternidad. La sensibilidad de la que tanto habló el maestro Platón no es igual a la percepción, ella queda separada del lenguaje, se reduce a nuestro espectro sensorial. Probablemente sea ésta nuestro único referente al espacio sagrado o nuestra “puerta al cielo”. El primer contacto con lo otro nace en torno a estos pensamientos en un proyecto.
La diferencia entre percepción y sensibilidad es el papel del lenguaje en la primera. A diferencia de los estructuralistas o los devotos a la esencia, yo no considero que lo que acontece tenga un ordenamiento en sí mismo, sino que es dado por nosotros cuando asumimos el papel de sujetos cognoscentes. El orden es un código, un lenguaje, un modo de operar, y es propio del pensamiento, no podemos decir, al menos no tan apresuradamente, que la exterioridad es también en su conjunto total un pensamiento, ¿es algo que piensa, o es acaso alguien que piensa? El fenómeno se entiende como incategorizable, imposible de ordenar tal cual es, es el puro acontecer, nuestro mero padecer; no es nada y es lo único que hay –hago referencia a nuestro empirismo contemporáneo. Sin embargo, si dijera que el espacio sagrado, ese campo de lo incognoscible que se revela en nuestra sensibilidad, es lo equivalente a la realidad entonces tendría que decir con algunos matices que no nos es posible conocer lo verdadero.
Ciertamente la realidad es algo más que lo indescriptible o lo sin nombre, porque nosotros conocemos cosas verdaderas. Creencias comunes como “no podemos estar seguros de nada” son una sabiduría, y toda sabiduría es válida hasta cierto punto en tanto que es verdadera; hay que darle algún valor de verdad a muchos de estos acontecimientos cotidianos y vitales. Hay que contestar, por ejemplo, el por qué no todo es pensamiento, a propósito de la pregunta ¿hay algo más allá de los pensamientos? Es claro si comprendemos que a veces ocurre lo inimaginable. Llevemos a un niño que ha pasado toda su vida en el monte y que nunca ha visto una computadora o algo similar a un centro de juegos de video en el corazón de una plaza comercial. Seguramente el niño no derivó de sus pensamientos semejante complejidad de imágenes y funcionamientos; de hecho, lo más probable es que no note siquiera la complejidad que a los habitantes urbanos supone un aparato de audio, video e interfases. Ahora que si para ser contundente debo partir del yo fundamental que todo lo piensa desde sí, llévenme a conocer la flora de Mongolia, o a ver danzas y rituales subsaharianos, seguro que me sorprenderé más de una vez por ver las cosas más exóticas nunca antes vistas ni imaginadas por mí. O qué tal si me encuentro con un grupo de Maras Salvatrucha que me atacan, ¿podría yo pensar lo que me harían unos Maras después de golpearme hasta dejarme inconciente? No, yo no puedo pensar tampoco la muerte y la historia de un abuelo que nunca conocí, yo imagino libremente, no construyo la realidad a voluntad, esta no es la película Matrix.
Hasta ahora nada se ha podido responder del cuestionamiento qué tanto creamos la realidad; la propia pregunta, ya presuponía que la realidad no es ajena a la acción de los humanos, que nosotros participamos en ella. Sólo he clarificado el sentido de la pregunta y su relación con la otra primera ¿hay algo más allá de los pensamientos?, que a estas alturas se responde con un sí, todo eso que no tiene orden ni código.

Libertad humana
La tarea del humano es imaginar, ser libre y natural de la lengua, ser un creador, y para los románticos no declarados, ser usuario del lenguaje. Es curioso, pero todo parece indicar que padecemos o nos acontecen cosas mientras nosotros mismos acontecemos. Usamos nuestras diversas lógicas para referir, para reseñar las cosas y presentar lo padecido a los demás, pero también para mostrarles lo creado. Puede haber problemas cuando intentamos hacer entender a otra persona lo que hacemos, lo que nos ha pasado o lo que pensamos hacer. El comunicar es también afirmar, y afirmar algo sugiere usar lo racional en nosotros.
Sólo que usar lo racional en nosotros es también suspender en algún momento alguna línea de sentido, y ser tomados por sorpresa por los lectores de nuestro discurso según la fortuna. Esto es la incompletud racional, que nuestro ejercicio de la razón puede ser brillante en una circunstancia pero no suficiente en otra. Alguna cosa no declarada o no explicada posibilita que seamos en nuestro derecho natural de ser lenguaje, ser también fuente de equívocos y confusiones. Por suerte, los sistemas que hablan la realidad no permanecen absolutamente cerrados, al menos no si el otro tiene la oportunidad de responder y exigir mejor explicación o algo muy diferente.
Recapitulemos. ¿Hay algo más allá de los pensamientos? ¿Qué tanto creamos la realidad? El pensamiento es un flujo ‘lingüistificable’ y un proyecto de alguien. El lenguaje, código o lógica identificable en él supone reflexividad y referencialidad; lo primero procura identidad y unidad, lo segundo, comunicación y traducción. Aunque la comunicación presenta dificultades, el receptor tiene una percepción de lo que el emisor habla, y eso implica como ya se mencionó una apropiación. El problema es más bien moderado, ocasional, pero potenciado por las distancias del tiempo y el espacio, el ruido en el canal, o como se lo quiera ver.
La realidad desde una gnoseología y una ontología se comprende como una dualidad entre orden y acontecer, conocemos cosas ordenadas y percibidas pero sabemos que el alcance de nuestras concepciones no captura toda la esencia del fenómeno o la total exterioridad. Hay pues un espacio de la tradición que corresponde a lo humano y un espacio sagrado que queda en lo irracional o racionalmente inexplicable. ¿Qué es la realidad? Pondero ahora si es o no un conjunto de creencias mitológicas que hablan de lo verdadero según sabiduría; si es un modelo de tradición y de dioses, un campo de lo racionalizable y de lo que no puede racionarse en lenguaje. Nuestra capacidad creativa no es otra cosa que una fuerza de percepción del ahora de acuerdo con las circunstancias divinas y una tradición; la genialidad es una elevada y visible forma de configurar lo que pasa en el presente; es, en parte, tutearse con lo clásico, asemejársele. Los humanos no construimos realidad, le damos voz para los hombres, le damos tierra fértil al otro para vivir y distenderse, reposar en algún paraje de vanguardia.
La vida es lo real, ella va por delante, y nos pide que no la subordinemos al entendimiento.
Entiendo al menos las siguientes condiciones para la vida en comunidad: a) que el pensamiento individual sea un proyecto; b) que la tradición exija una participación responsable de acuerdo con la justicia humana y que comprendamos la fuerza de la justicia divina como inapelable y siempre justa; c) que el interlocutor de nuestro discurso tenga ocasión de interpelarnos si lo ve conveniente; d) que el pensamiento se comprenda proyecto por sí solo, pero que se defina su finalidad por favor de las peticiones sociales, y por lo tanto, que no haya más individuo-sujeto trascendental.
¿Qué tanto creamos la realidad? Desde el individuo-sujeto trascendental, lo que seamos capaces de ceder a lo divino, acatar su justicia como tal. Desde el individuo sujeto a la tradición, lo que seamos capaces de ceder a lo humano, aceptar su creación y mutabilidad. Lo que llamamos justo por acuerdo no es sino una creación santa; la justicia humana no es una necesidad.