jueves, 11 de diciembre de 2008

Confeso 33

He estado escribiendo sobre el mundo que sé existe en algún modo no muy claro. Los hombres que saben cosas deben escribirlas, como lo escrito dura más que las palabras o los pensamientos, es más probable que algún día las ideas vertidas en el texto tengan algún valor para los hombres dotados de un fuerte espíritu y con la capacidad de transformar para bien esta cosa que llamamos mundo.
Es costoso escribir tanto, explicarse y revisarse. Ahora mismo mi cabeza palpita. Ya tenía algunos días sin escribir, qué bien se siente hacerlo, aunque tengo que admitir que pocas veces vale tanto la pena como hoy. No haciendo esto, claro, pues esto es un mero descanso. Estaba escribiendo debido a una fuerte duda que tengo sobre mí y mis aparentes exigencias a los demás. No tengo idea de lo que otros creen que quiero de ellos, creen que algo quiero de ellos, porque si pensaran que no deseo nada de su parte no serían cuidadosos conmigo. Probablemente ven los colmillos de un monstruo, o tal vez una simple mente retorcida, enferma y contagiosa. Pero en mi duplicación implícita en esta pregunta por lo que el otro se pregunta o cree de mí, veo una convicción, una fe en una empresa importantísima. Estoy clavado al Ser, un amigo mío lo diría con estas palabras: que estoy enculado. Esto parece irrelevante, pero la noticia es desagradable. Significa que me tomo las cosas muy en serio y que mientras más importante sea la empresa en mi vida, más catastrófico es su fracaso. Por eso algunas de mis penas se han tomado sus años, o se los toman. Pero al mismo tiempo, la seriedad del asunto me fuerza a no ser simplemente patético o ineficaz en la obra; estoy obligado a mantener la compostura y mostrar fortaleza, como si el error fuera poca cosa comparado con la voluntad, lo cual es, para los ojos internos enamorados del Ser, una pequeña traición al verdadero valor de la finalidad.
Esta condición es asfixiante. Quizás lo más sano es la fuga. Pero el valor de la empresa demanda más, siempre más, menos descanso de ser preciso. Suena a una muerte prematura. Típico de los solitarios inmoderados. Por supuesto no soy mi enemigo, no ahora, sólo soy mi propio tirano.